A mis padres;

porque siento que gracias a ellos he logrado crear y mantener una familia que es mi mayor tesoro.

A mi esposo;

porque juntos hemos andado por el sendero de una familia auténtica, de la que nos sentimos orgullosos.

A mis hijos;

porque desearía que tuvieran herramientas para formar sus propias familias con resultados cada vez mejores.

No hay recetas únicas para formar familias sanas, pero sí preceptos básicos para su consolidación.

Introducción

La palabra familia es muy utilizada por los hombres de ciencia en las diferentes profesiones y especialidades. Se habla de esta entre los abogados, los sociólogos, los psicólogos, los psiquiatras, los economistas y también entre personas no profesionales. Este término se reconoce en todas las latitudes y se utiliza sin distinción de edad, porque se refiere a la forma natural de organizarse los seres humanos desde que existen.

A través de la historia se han constatado diferentes tipos de familias. En cada momento del desarrollo social estos grupos se han organizado y funcionado de una manera particular, por eso en la literatura científica se habla de su carácter histórico como institución social. Con independencia de las transformaciones ocurridas en el decursar del tiempo, la conservación de la familia siempre ha sido una tendencia del hombre como medio para garantizar su subsistencia.

El funcionamiento familiar depende básicamente del grado en que se cumplan las tareas que constituyen la esencia del grupo, y del tipo de relaciones interpersonales que se establezcan entre sus miembros. Se considera que estamos ante una familia sana cuando cumple con sus funciones básicas, y existe entre sus integrantes una vivencia positiva a partir de las características de las relaciones que se establecen en su interior.

Visto de ese modo, algunos pudieran considerar que la situación se evalúa de manera lineal: familia sana, es igual a una familia que cumple sus funciones y en la que todos sus integrantes se sienten satisfechos de ser miembros de ese grupo; sin embargo, el proceso no es tan sencillo, pues existen tantas prácticas familiares como familias. Se cumple así con la expresión de que «cada familia es un mundo».

Cada familia se identifica como grupo de manera particular, por eso es tan frecuente escuchar expresiones como «mi familia es así», o «en mi familia esa situación se resuelve así». Cada una tiene su manera especial e irrepetible de cumplir con las funciones sociales que se le han asignado históricamente; de ahí que mientras en algunas existe una marcada preocupación por tener, en términos materiales, a veces más de lo necesario para cubrir las necesidades de existencia de cada uno de sus integrantes; en otras lo esencial está en la educación de valores morales y en la formación profesional de los hijos.

Lograr el equilibrio entre estos dos polos es difícil, más aún cuando la familia deja de ser el único marco de influencias para los descendientes, y estos empiezan a comparar los modos de vivir y de actuar en sus familias con los de sus compañeros de aula.

Ver a la familia como el lugar de satisfacción de las necesidades humanas, y no solo materiales; sino además, y principalmente, espirituales, debe ser la meta a alcanzar para lograr que los hijos puedan llegar a ser personas con aceptación social, con éxito en su vida personal y con deseos de aportar positivamente a su entorno; en tanto lo han aprendido en ese primer escenario de aprendizaje: el hogar.

Esa mágica tarea no es privativa de la madre o del padre. Una mirada al reino animal nos permite corroborar que ambos se distribuyen los cuidados de la cría hasta que esta puede ser independiente. Exactamente así sucede entre los hombres, solo que en los grupos familiares humanos esa independencia de los hijos se complica, pues los padres deberán estar muy vigilantes del proceso de socialización en la que transcurre.

En la casa no solo se viste al niño y se le da de comer. En la familia se aprende a ser hombre o mujer, y para enseñarlo de la mejor manera y con la menor cantidad posible de errores, los familiares no cuentan siempre con las herramientas necesarias.

Pudiera valorarse que este fenómeno existe desde el momento en que los individuos deciden formar sus familias. Lo que sucede de manera general es que las personas se unen para vivir en pareja sin saber exactamente la importancia de lo que hacen desde ese mismo instante. Luego, cuando nace un bebé, el equipo médico entrega a los padres una criatura diminuta e indefensa que todos –padres, abuelos, amigos, familiares cercanos y vecinos– han esperado durante nueve largos e interminables meses. Pero no se les entrega junto con el bebé un manual de cómo criarlo. Esta olímpica tarea se aprende «sobre la marcha», casi por intuición o por lo que pautan los abuelos, otros familiares y algunos amigos allegados; siendo esta última opción muy bien intencionada, pero no la de mayores aciertos en la práctica.

No siempre se le confiere la misma importancia al nivel de preparación que poseen los progenitores para cumplir con todas las tareas impuestas por la nueva posición social que, a partir del momento del nacimiento de los hijos, asumen: ser padres en una familia que crece. Sin embargo, de esta condición depende en gran medida la calidad de vida de esa criatura indefensa que ha llegado, a la que además de cuidar y proteger se le debe educar, para que logre integrarse –de manera constructiva– a ese grupo ya formado al que llegó: su familia, y al que debe aprender a querer, respetar y cuidar.

En las consultas de Psicología, generalmente se corrobora que el tema de la familia es de obligatoria exploración. En la mayoría de los casos, la situación familiar emerge en la anamnesis del motivo que ha llevado a esa persona a consultar a un profesional, como causa o como factor predisponente de su comportamiento actual. De ahí la importancia que se le confiere a este grupo social y la preocupación por incidir en su desarrollo, dado su papel en la formación de las nuevas generaciones.