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Isabel Oliva Carmona

EL PODER DE LOS PEPINOS

Primera edición papel: diciembre de 2016

Primera edición ebook: diciembre de 2016

 

© Isabel Oliva Carmona, 2016

© de esta edición, Parnass Ediciones, 2016

Aragó, 336 baixos • 08009 Barcelona

Tel. 932 073 438 

info@parnassediciones.com

www.parnassediciones.com

 

Diseño de cubierta: Ricard Sans

 

ISBN papel: 978-84-946404-0-7

ISBN ebook: 978-84-946404-2-1

 

 

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.conlicencia.com). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

La tradición es la personalidad de los imbéciles.

MAURICE RAVEL

 

 

 

La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir.

CARL JUNG

 

 

 

Un hombre debe tener por lo menos dos vicios, uno solo es demasiado.

BERTOLT BRECHT

INTRODUCCIÓN

La obesa luna deja caer sus nalgas anaranjadas sobre el tejado de un pequeño club de carretera ¡GIRLS, GIRLS…! Para todos hay luz esta noche, hasta para los que han dejado de ser dueños de si mismos. La luz es dulce, firme y transparente, y también hay raciones para los clientes que entran presurosos en el club, muchos solo para tomar una copa y mirar a las chicas desde la barra. Pagan la copa y se van con más prisas de las que tenían antes de entrar. Ahora la misión consiste en conservar en la retina la tarjeta postal del deseo con todos los elementos de solemne importancia: sujetadores llenos a reventar, lentejuelas hasta en la punta de la lengua, faldas tamaño braguita infantil, tacones y, sobre todo, la generosa exhibición de la piel joven y húmeda en espera de comprador.

Se alejan más allá del aparcamiento, lejos de la amarillenta insistencia de las farolas, desabrochan la bragueta y entornan los párpados. Ahora el placer depende del virtuosismo de sus dedos y de la memoria. Los movimientos son ágiles y ligeros como si se pusieran y quitaran un guante, obsesionándose con el ritmo y el tacto sin decidirse si lo llevarían puesto o no. El compás es constante, sin interrupciones, el sonido, monótono, como si alguien a su lado chupara un caramelo girándolo sin parar en la boca. Llega el desenlace. El fruto ya no puede endurecerse más y explota; la salvia fluye entre los dedos. Un último suspiro y el sonido de la cremallera anuncian el ansiado final del suceso.

El hombre con su memoria de pepino satisfecho, ha olvidado ya las curvas, nalgas y voces de las chicas, olor a cuerpos depilados y perfumados, igual que el viscoso chorro que acaba de salpicarle el reloj. Ya ha abierto el coche, la expresión de su rostro es sombría, casi apática. Claro, ahora tiene el síndrome de pepino aburrido que se produce al satisfacer una necesidad básica y elemental justo antes de que otra urgencia o idea llame a su cerebro, rascando con sus huesudos nudillos las terminaciones nerviosas. ¡A ver si vuelven a despertarse las telarañas grisáceas dispuestas a abrigar nuevos deseos e imágenes seductoras!

Un largo y fatigado bostezo. ¡Aaaaau!

¡Hasta la próxima!

1

ANECDOTAS DE LISA

Sexo, chicle de sabor amargo,

avispero del amor.

 

 

PRESENTACIÓN

La perfecta. Así es la Lisa. Icono y orgullo de la familia, envidia de la clase. Tiene diecisiete años, cuerpo de mujer y cara de niña perdida. Vaya donde vaya, la acompañan dos apodos: “virgen” y “momia”. Se los tiene ganados tanto por su frialdad y reserva, como por el peinado anticuado que lleva. Jamás se la ha visto reír a carcajadas o sacudir su larga melena al viento.

Lisa no tiene amistades, nadie le cuenta sus secretos ni se interesa por los suyos.

¿Cómo habrá sobrevivido a su adolescencia? ¿Le dolió como a nosotros el hecho de haber crecido, de experimentar la soledad por vez primera, la necesidad de afecto y, al mismo tiempo, el anhelo de la libertad? Nadie lo sabe. Lisa nunca ha causado problemas a nadie. Es correcta hasta el punto que dice y hace exactamente lo que se espera de ella: ¡la perfección encarnada!

Es la hija ideal –inteligente y dócil–, una brillante inversión para la familia que apuesta por ella, sigue feliz sus éxitos y la enseña a los demás como si de una condecoración se tratara.

El escritorio de Lisa merece un punto y aparte. Los cajones no tienen llaves. Todo está a la vista para la inspección. Si se atreviera a escribir un diario íntimo (en el caso improbable de tener una vida privada), lo tendría que escribir en chino o, mejor aún, inventar un nuevo idioma.

Cada noche en el dormitorio, fijando sus ojos verdes en el techo, Lisa sonríe con alivio cuando toma su dosis de Valium que la calma casi tan bien como cuando planea el suicidio.

 

LA PRIMERA VEZ

¿Qué has hecho, Lisa? ¡No me digas que ya eres mujer! ¿De verdad perdiste la virginidad anoche? Se lo pregunta a su espejo. ¿Recuerdas una larga excursión como pretexto para dormir juntos, la habitación del hotel y una interminable espera en la ventana mientras tu amante sin estrenar se ducha?

No está nerviosa ni excitada. En realidad, ni siquiera desea este momento. Es una especie de narcótico contra sus sueños de adolescente que ha decidido cortar de un solo golpe. Quiere empezar una nueva vida y ser (o aparentar) ser normal.

Ya sale de la ducha. Lisa, prepárate: baja un tirante del sostén, adopta una postura erótica, desvía la mirada hacia el paisaje nocturno, como si no le vieras. Vamos, recuerda todos los trucos cuidadosamente ensayados para ponerle a tono. Demuestra que eres una buena actriz. Es como una asignatura, piensa Lisa mientras le quita la toalla con un gesto lento y acariciador. Se tumba en la cama.

Seducir sin sentirse seducida, ¡qué absurdo! Ella no deja de pensar calculando los movimientos, las caricias que realiza, las miradas. Siente las manos ajenas en sus muslos, presionando, bajándole las braguitas (¿no hubiese sido mejor un conjunto blanco de encaje?) Maldita costumbre de llevar el negro. ¿Si quiero apagar la luz? Hay que decir que sí aunque te dé igual. ¡Lisa, si tan solo estás representando el papel de una virgen a punto de desflorar! ¡Qué frase más ridícula digna de tu bisabuela! Y lo peor es que te has equivocado de plató.

Más tarde, la incomodidad y la indiferencia se convierten en dolor físico y en rabia.

¡Disimula, suspira, gime, haz algo útil para que se acabe pronto! Vale… Ya reina la calma. Es la primera vez en tu vida que estás con un hombre plácidamente dormido. ¿Qué haces ahora? Hay tres opciones: te tomas un Valium y, si no duermes, al menos te entumece los sentidos. Dos: te masturbas y, como mínimo, empatas. Tres: intentas pensar con claridad.

Bien por ti, Lisa, has escogido lo último.

Después de una serie de indagaciones al fin consigues sacar algo limpio:

–El hecho de tener el mundo erotizado y los sentidos agudizados hasta el punto de confundirse el dolor y el placer, la sensualidad como término exacto, no tiene nada que ver con la genitalidad.

–Dormir con un hombre no es desagradable.

–El hecho de tenerle en tu cama no elimina automáticamente un amor platónico o una obsesión. Tal vez la hace más intensa y dolorosa. Esto está por comprobar.

Ya te vale, Lisa. –le dice a su reflejo en el lavabo mientras se arregla y se perfuma. Un día nos reiremos de esto, pero hoy no, estoy dolorida y tengo ganas de llorar.

 

ODIO

Odio el sexo. Y solamente llevo cuatro meses practicándolo. Quisiera ser un cisne de porcelana sobre un lago de cristal o sobre un espejo, jamás tocar tierra, ni desear a nadie. Que contemplen mi blancura, mi cuello esbelto, mi pose de sereno orgullo y me vean lejana. Me pueden romper, pero no poseer, no son capaces de violentarme las entrañas. Me conservaré intacta y pulcra hasta que me convierta en polvo de porcelana.

Calla, Lisa. No odias el sexo. Odias tu incapacidad de disfrutar de él, tu fracaso personal. ¿Por qué escogiste un amante que no deseabas? ¿Para estar segura de que no te comprometerías con él emocionalmente, para seguir fría y lejana como siempre? ¿Para eliminar la menor posibilidad de dependencia emotiva y no romper el falso equilibrio que tienes?

Todo es un simulacro, bien lo sabes. Y cada vez se vuelve más pesado. ¡Qué alegría cuando en el motel de costumbre no hay ni una habitación libre y hay que limitarse a un “francés” rápido en el coche!

Lisa, ¿qué hay de la sensualidad, de la pasión, de este fundirse dos seres o dos primaveras, lo que experimentas al escuchar tu música preferida? Entonces te entregas, Lisa, dejas de existir, de respirar, te abrasas y te hielas al mismo tiempo.

¡La entrega! Esta es la palabra. No sabes entregarte a una persona, salvo a una idea o a un fragmento musical. Ofreces la cáscara del cuerpo, una imagen sexy, frívola, vacía. No eres capaz ni de un beso de verdad. Todo lo controlas con un reloj en mano: los preliminares, pura exhibición o más bien catálogo de posturas, siempre con el cabello suelto, distribuido estratégicamente en la almohada, luego vas acortando los pasos. Con muecas de falsa urgencia invitas a ir directos al grano, coito, un cálido y prometedor abrazo y pones la tele.

Contemplas el reloj durante toda la noche esperando lo mejor: un suculento bufet libre en el hotel de cuatro estrellas. Y no hay nada más.

Has fallado, Lisa.

 

A SOLAS

Hoy Lisa tiene tiempo para amarse. Ella misma se seduce, sucumbe, se concede favores y se da un beso de despedida. Frente a un gran espejo se quita la ropa, se contempla y va a la ventana para bajar las cortinas hasta conseguir la oscuridad total. Enciende las velas. Coge un pintalabios rojo y se pinta las aureolas y los pezones de rojo carmesí. Luego perfila los labios. Se suelta el pelo, se pone su conjunto de lencería favorito y coloca un pesado sillón color granate delante del espejo. Con la música suave de fondo empieza a contornearse sensualmente y se acaricia mirándose fijamente a los ojos. El espejo es su mejor amigo y su aliado. Agradéceselo. Y lo hace. Se acerca y se da un beso en la boca. Se aprieta contra él por lo excitante de la superficie fría y cuando se aparta no quita la mirada de las marcas que ha dejado. Se sienta en el sillón.

Adoptas una postura obscena, Lisa. Te has sentado con las piernas abiertas y las subes hasta colocarlas en los pasamanos. ¿No escuchas, verdad? Te acaricias los pechos y el roce de los pezones contra el encaje del sostén hace que un sugerente cosquilleo te baje hasta los muslos. Impaciente, subes el sujetador y te tocas los pezones apretándolos cada vez más fuerte. Bajas la mano derecha y te acaricias el pubis a través de la braguita, la estiras hasta que te hace daño.

¿No aguantas un poco más, Lisa? No. Ya se coloca la mano debajo y se toca el clítoris. En todo momento está pendiente de su reflejo y de las velas en el suelo. Están colocadas de tal manera que a pesar de la penumbra no pierde ni un detalle. La llama tiembla con cada gesto suyo, con cada caricia que se permite. Lisa arquea la espalda y se quita las braguitas de un tirón. Con los dedos en uve se abre y traza círculos alrededor del clítoris, juega con la vulva con suaves empujones en falso hasta que introduce un dedo en la vagina. Sin dejar de estimular el clítoris acelera y afloja el movimiento hasta que la invade una serie de calambres.

¿No has echado de menos a nadie, Lisa? Claro que no. Un simple acto de higiene diaria como lavarse los dientes, la masturbación te ofrece la seguridad de la autosuficiencia.

Nada de esto tiene que ver con el amor.

¿Debería?

 

 

Marina aparta los dedos del teclado, levanta los ojos y contempla una grieta en el techo, parece una serpiente a punto de soltar veneno. Comienza a llover lentamente, como si alguien ocultara el llanto y lo disfrazara con una cansada sonrisa.

Marina está contenta; por fin ha encontrado la forma directa, despiadada y clara de plasmar la imagen de Lisa.

La conoció en Jerusalén casualmente y se dejó impresionar por la lucidez y la elegancia de aquella chica que tenía los ojos más tristes que Marina había visto nunca. Lisa no ocultaba nada, contaba los detalles más amargos y más felices de su vida con los ojos bien abiertos y una voz serena y ausente. Era como si no le hubiera sucedido a ella, sino a otra persona. Enseguida Marina se prometió a sí misma que su próxima novela sería sobre Lisa.

Con una repentina nube caliente e incómoda en los ojos, re cuerda que no tendrá que pedir permiso a nadie antes de revelar los detalles más íntimos y crudos de una vida.

Hacía una semana que Lisa se había suicidado.

2

PEPINOS. FICHA TÉCNICA

¿Qué podrían pensar unas nalgas al reposar sobre las sábanas fresquísimas sin estrenar? Mientras se retuercen, inconscientemente buscan un refugio en este desierto sedoso. Si tuvieran más de un ojo, ya irían corriendo al supermercado a comprar un quilo de pepinos, pero con una sola pupila y pocas pestañas que la protejan, las atropellaría el primer coche que pasara. A ún así, nadie puede impedir que repasen sus conocimientos de botánica sobre el objeto soñado.

Primero, la presentación oficial: el verdadero nombre de los pepinos es cucumis sativus. El pepino es una especie anual con una raíz pivotante, de sistema radical extensivo. Su superficie puede ser lisa o con verrugas coronadas de espinas. Y lo mejor, es que la parte comestible, de color blanco verdoso, botánicamente corresponde a tejidos derivados de la placenta y de semillas inmaduras.

¿Verdad que esto de las semillas inmaduras despierta un sentimiento entre maternal y sensual, pero de un atractivo casi irresistible?

Pasemos a los detalles de menor importancia, pero que merecen la pena ser considerados: el tamaño. El pepino corto, “tipo español", contrasta con el largo, de unos 25 centímetros, “tipo holandés", y el pepino medio, “francés", cuya longitud oscila entre 20-25 centímetros.

La mejor noticia consiste en que a los pepinos de todos los tamaños y especies se pueden consumir crudos, mejor con poca sal y sin vinagre para que no pierdan la estructura de una orgullosa catedral. Lo malo es que no soportan las heladas y hasta pueden enfermar, esto significa que quedarían inhabilitados para representar su papel durante una temporada.