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Hernán Fontanet es un inquieto observador e incansable viajero. Sus múltiples nacionalidades lo han llevado por una vasta geografía, que le ha permitido estudiar y trabajar en sitios tan diferentes entre sí, como Boston, Tokio, San Pablo, Ámsterdam, Shanghái, Buenos Aires y Berlín. Desde el año 2002 reside en Nueva York, donde se ha desempeñado como profesor de literatura en las universidades de Yale, North Carolina y Rider University.

El presente libro, así como los siete precedentes que ha escrito, tienen en común el mismo objeto de estudio, las «poéticas políticas poscoloniales», es decir, aquellas poéticas que emergen en situación de conflicto y desafían con su discurso las historiografías hegemónicas que impone el pensamiento único. Su libro anterior, The Unfinished Song of Francisco Urondo, recibe numerosos premios y Fellowships que le dan la posibilidad de seguir haciendo lo que más ama: viajar y escribir.

Es admirador de la Nouvelle Critique, entiende que la naturaleza es el espectáculo más maravilloso y lo apasiona inspirar y ser inspirado por buenas historias.

 

 

 

El mundo está lleno de analogías. Una rápida mirada por la biografía de Juan Gelman permite establecer ciertos paralelismosentre su vida, su obra, su exilio, el exilio de supadre y la historia reciente de su país. Similitudes todas que, más allá de sus especificidades, diferentes tiempos y espacios, trascienden fronteras, periodos históricos y lenguas. En ese mundo de analogías también hay lugar para las singularidades. Por muchas razones la vida y la obra de Juan Gelman, desde el punto de vista humano y literario, son extraordinarias y destacan del resto de sus contemporáneos. Más allá de todas las circunstancias adversas que enfrenta, Gelman se sobrepone con un formidable instinto de supervivencia. Con coraje y convicción consigue rehacer su vida, dentro de los márgenes posibles, y volver a enamorarse y disfrutar con felicidad sus últimos días. Su vida ha sido un ejemplo de coherencia y entereza. Sus ideales políticos, junto a su pasión por la poesía y el periodismo, lo han mantenido con vida, le han dado sentido a su existencia, y han formado parte de los tres pilares que conformaron su imagen pública. Con ellos ha sabido construir su forma de resistirlos embates de la tragedia, conjugando arte con justicia, creación literaria con denuncia social y la revolución de la palabra con la revolución política.

JUAN GELMAN Y SU TIEMPO:
HISTORIAS, POEMAS
Y REFLEXIONES

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JUAN GELMAN Y SU TIEMPO:
HISTORIAS, POEMAS
Y REFLEXIONES

HERNÁN FONTANET

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Primera edición: octubre de 2015

Publicado por:

EDITORIAL ALREVÉS, S.L.

Passeig de Manuel Girona, 52 5è 5a

08034 Barcelona

info@alreveseditorial.com

www.alreveseditorial.com

© Hernán Fontanet, 2015

© de la presente edición, 2015, Editorial Alrevés, S.L.

Producción del ebook: booqlab.com

ISBN digital: 978-84-16328-27-7

Código IBIC: DS

Diseño de portada: Mauro Bianco

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del «Copyright», la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro, comprendiendo la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo públicos. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

ÍNDICE

Prólogo de Rosa Regàs

Introducción

SU VIDA. SU OBRA. ¿DE QUÉ HABLA LA OBRA DE GELMAN? GELMAN Y LA TEORÍA POSCOLONIAL. DISPUTAR LA SEMÁNTICA, ESA ES LA TAREA

1.   Sus primeros treinta años: de 1930 a 1960

PADRES Y ABUELOS, PERSECUCIÓN RELIGIOSA Y POLÍTICA.

NACE UN POETA. EL PERIODISMO. EL PAN DURO.

SU PRIMERA ESPOSA Y SUS DOS HIJOS.

VIOLÍN Y OTRAS CUESTIONES, SU PRIMER LIBRO.

EL JUEGO EN QUE ANDAMOS Y OTROS JUEGOS

2.   Militancia y poesía: de 1960 a 1975

VELORIO DEL SOLO, AMOR Y DESAMPARO.

GOTÁN Y LOS PERDEDORES DE SIEMPRE. EL COLECTIVO EDITORIAL LA ROSA BLINDADA. RUPTURA CON EL PARTIDO COMUNISTA.

CÓLERA BUEY Y OTRAS CÓLERAS. CÓLERA BUEY Y LOS SEUDÓNIMOS. CÓLERA BUEY Y LA MUERTE DEL CHE GUEVARA.

LOS POEMAS DE SIDNEY WEST Y SUS LAMENTOS.

FÁBULAS EJEMPLARES. RELACIONES INTRAPOÉTICAS.

PERIODISMO Y MILITANCIA

3.   Trece años de exilio: de 1975 a 1988

LOS PRIMEROS CINCO AÑOS DE EXILIO. GOLPE MILITAR.

SECUESTRO DE SUS HIJOS. MATAN A PACO URONDO.

RESISTENCIA Y CONTRAOFENSIVA. RUPTURA CON MONTONEROS.

HECHOS Y CESURAS. COMENTARIOS Y SUBTEXTOS. CITAS DE AUSENCIA. NOTAS DE EXILIO. CARTA ABIERTA AL HIJO DESAPARECIDO. SI DULCEMENTE ESTUVIERAN. BAJO LA LLUVIA AJENA, LA MERCANCÍA DEL EXILIO. HACIA EL SUR DE CASI TODO.

LA JUNTA LUZ Y LAS MADRES DE MAYO. GUERRA DE MALVINAS Y DEMOCRACIA. ESO QUE NO SE PUEDE NOMBRAR.

COM/POSICIONES EN EL EXILIO. DIBAXU, QUINIENTOS AÑOS DE EXILIO. ANUNCIACIONES Y EXASPERACIONES.

CARTA A MI MADRE, MONÓLOGO PENDIENTE

4.   El regreso: de 1988 a 2013

REGRESO A ARGENTINA. SALARIOS DEL IMPÍO Y LA OTREDAD.

INCOMPLETAMENTE, DESPUÉS DEL EXILIO. LA BÚSQUEDA DE SU NIETA. VALER LA PENA, CADA DÍA QUE PASA. PAÍS QUE FUE SERÁ O LA SIMULTANEIDAD DE LOS TIEMPOS. MUNDAR Y LA NADA. DE ATRÁSALANTE EN SU PORFÍA Y LA PARTIDA.

EL EMPERRADO CORAZÓN AMORA, A PESAR DE LOS PESARES.

CORTE INTERAMERICANA Y CASTIGO A LOS CULPABLES.

HOY O EL FIN DE LA ETERNIDAD

5.   Su legado

«EL DÍA QUE NO VINO MÁS». ESCRITORES E INTELECTUALES DEL MUNDO DESPIDEN AL POETA MUERTO.

FIN DE ACTO. SU ÚLTIMA VOLUNTAD

Obra poética y narrativa de Juan Gelman

Bibliografía

PRÓLOGO

Hace muchos años, cuando yo trabajaba como traductora temporera en la Organización de las Naciones Unidas, coincidí con un amigo que vivía en París y que también estaba en el Palais des Nations de Ginebra con un contrato de tres meses. Él fue quien me presentó a Juan Gelman.

Yo sabía de Juan, por supuesto, de sus luchas, de sus sinsabores y tragedias, y había leído su poesía con fruición e intensidad aunque desordenadamente, hoy un libro que me prestaba un amigo publicado en Latinoamérica, mañana unas fotocopias de los últimos poemas aparecidos que circulaban entre los traductores, y otro día, como un milagro entre mis papeles, siempre esperando ser ordenados, archivados o destruidos, aparecía una fotocopia de unos versos sueltos que me había enviado desde Cuba otro querido amigo, que languidecía y perdía color como ocurría en aquellos años que no teníamos aún Internet ni impresora y había que conformarse con el fax, tan precario a la hora de conservar la tinta que veíamos desaparecer lentamente, o esa copia de papel carbón que daba a los poemas un aire más misterioso aún que cuando los leíamos en la página de un libro. Eran los años ochenta y Juan había llegado de París, creo, como todos nosotros, dispuesto a traducir y ganarse la vida, y él, además, cargado con una biografía de lucha y exigencia ideológica, de pérdidas irreparables y protestas, y con un futuro en el que difícilmente podía confiar tras tantos años de exilio y de tormento.

Me encandiló ese conato de sonrisa, dulce sonrisa, bajo su gran bigote que dulcificaba la penetrante obsesión de su mirada. Acompañaba siempre sus palabras con esa promesa que parecía siempre a punto de desvelarse y que acababa teñida a veces con la sombra de una broma, otras solo de una lejana ironía, otras aún pícara desconfianza sobre lo que se hablaba a su alrededor, él siempre en atento silencio.

Con ese primer encuentro, dulce y cómplice, sin confidencias ni preguntas, iniciamos una amistad con encuentros a veces casuales, siempre sorprendentes y cargados de expectación y cariño, hasta muy pocos meses antes de morir, cuando a finales del 2013, en un viaje que hizo a España, coincidimos, no frente a frente como yo habría querido, sino por nuestras voces, que se encontraron en las ondas de una emisora a la que él llegaba para ser entrevistado y yo acababa de despedirme. Hablamos entonces, al margen de los micrófonos, yo con los ojos cerrados para aspirar mejor en la oscuridad y la lejanía el perfume de sus palabras, con calma y ternura, complicidad de nuevo ante la macabra situación de un mundo que aunque sabíamos nuestro se nos iba haciendo día a día más incomprensible, más insoportable, a mí al menos, y creo que también a él, por más que quisiera dar a su voz un atisbo de esperanza. En ningún momento tuve la intuición de que este sería nuestro último encuentro, tal vez porque parecía tan lleno de vida como siempre aunque, como siempre también, su vitalidad se ocultara tras su pausada entonación y esa forma tan poco habitual de mostrar la energía que transmitían sus bromas y sus palabras: la misma calma, igual ironía punzante pero bondadosa, la lucidez de siempre para entender y manifestarse, tan alejada de cualquier intento de sorprender o impresionar. Sí, recuerdo aún la música de su voz, la de esta última vez, a través de las ondas, que horadaba mis auriculares, como si ahora no pudiera recordar de él más que aquella voz y la sonrisa o la media sonrisa que vi sin ver en la oscuridad con que acompañaba su poética versión de las tragedias y comedias propias y las del mundo que nos cobijaba.

La comprensión que había ido acumulando sobre su obra, su vida y su historia a lo largo de estos años de entrecortados encuentros, de ausencias a veces demasiado prolongadas, adolecía, lo reconozco, de un verdadero conocimiento más profundo y sistemático que siempre dejaba para más adelante, convencida como estaba de que el futuro no nos afectaría, ni a él en un sentido tan insondable como el de su desaparición, ni a mí robándome el tiempo necesario para emprender seriamente el viaje a sus posesiones interiores. Sí, sabía que debía ponerme a ello, no solo porque me tentaba recorrer los vericuetos por los que circulaba su poesía, sino igualmente subyugada por el hechizo de la constante y poderosa relación entre su forma de entender la sociedad y el compromiso —con su lucha y sus ideas cada vez más sólidas— y la magia de sus versos; tenía en mente hacerlo, me disponía a ello, lo necesitaba porque cada vez me resultaba más fácil y más placentero penetrar en el interior de su mundo de imágenes, pensamientos y sensaciones, que, tal vez por esto mismo, exigía una sistematización de fechas, ideas, acontecimientos históricos y momentos de la publicación de este u otro libro, si quería alcanzar mayor comprensión y goce. Pero, obsesionada con la lectura de tantos y tan hermosos poemas, iba postergándolo siempre a «un día de estos».

Aun así, dejaba pasar el tiempo convencida de que teníamos los dos la vida por delante, como si en este aspecto me hubiera situado para siempre en mis doce años, cuando vivía convencida de que la muerte era lo que les ocurría a los demás, porque aunque yo había aprendido con los años a no adjudicarme esta misma infalibilidad, debía de tener claro que no contaba en absoluto para mi amigo del alma, Juan Gelman. Pero se fue y, desde la soledad insalvable que me provocó su ausencia, comprendí que me había dejado sola ante el deber y la voluntad de llegar al alma de su poesía, de la que tantas veces y desde tantos puntos de vista habíamos hablado e incluso yo había intentado, ante su sonrisa, clara esta vez, discutir. Reconozco que sin su presencia, por lejana que hubiera sido durante todos esos años, y la posibilidad de compartir con él mis dudas y hacerle partícipe de mis conexiones y descubrimientos, me sentí perdida y pensé en abandonar mi propósito tantas veces planeado y aplazado.

Y fue entonces cuando, como si un ángel hubiera decidido darme la oportunidad deseada o, tal vez, como si creyera que me llegaba su ayuda desde más allá de una trascendencia en la que estoy lejos de aferrarme, apareció el libro, aún en manuscrito, con una preciosa carta de su autor, Hernán Fontanet, Juan Gelman y su tiempo: historias, poemas y reflexiones. Un libro peculiar y profundamente original que, con una sutileza intelectual y un vasto conocimiento del entorno físico, familiar, intelectual, político, en el espacio y el tiempo, de la vida de Juan Gelman, va desgranando, lucha a lucha y verso a verso, el recorrido de toda su existencia, pasando de un convencimiento a otro más sólido aún, de una reacción a otra, por ideas, acontecimientos históricos o tragedias con los que todos culminan, desvelándonos como un milagro la música de sus versos, como si esa música, paisaje de la vida y de la obra de Juan Gelman, fuera la mejor garantía para una biografía completa y honesta. La voz que nos cuenta esta faceta tan personal y tan cierta del poeta, que es su propia alma poética y lo que esconde en el interior de sí mismo año tras año, es una voz coral, como si la del autor se hubiera transmutado en elocuente portavoz de todas las voces que de él hablaron y opinaron, y las que con él conversaron y debatieron y se enfrentaron a lo largo de su historia, creando para el lector un ámbito de cercanía y veracidad que difícilmente podría conseguir una sola voz por más autorizada que fuera.

Y en esto estoy desde que hace tres meses recibí este espléndido libro que me permite, nos permite, un viaje por la vida y las esperanzas de un poeta que con talento y coraje buceó sin descanso en sentimientos, frustraciones y esperanzas. Y ahí sigo día tras día, alimentándome de sus imágenes poéticas que me hablan de dudas, quejas, añoranzas y perfidias, me conectan a episodios trascendentales o no, que todos importan, de sus días y años saltando de un país a otro, y lentamente me desvelan una teoría poética que, tal como la entiendo leyendo las páginas de Al Sur de Casi Todo, me parece la más adecuada para acercarme al valor de la protesta y al compromiso con la vida que iluminó la mente de Juan Gelman, luchador y poeta. Poderosas formas de creación y compromiso capaces a su vez de llevarnos a la inagotable reflexión de la función real del arte en la vida, y de nuestro destino en este bajo mundo que tan poco amamos y comprendemos.

ROSA REGÀS

INTRODUCCIÓN

El mundo está lleno de analogías. Una rápida mirada por la biografía de Juan Gelman permite establecer ciertos paralelismos entre su vida, su obra, su exilio, el exilio de su padre y la historia reciente de su país. Similitudes todas que, más allá de sus especificidades, diferentes tiempos y espacios, trascienden fronteras, períodos históricos y lenguas.

En ese mundo de analogías también hay lugar para las singularidades. Por muchas razones, la vida y la obra de Juan Gelman, desde el punto de vista humano y literario, son extraordinarias y destacan del resto de sus contemporáneos.

SU VIDA

Aunque parezca paradójico, su vida ha estado signada por la tragedia y el luto, incluso antes de nacer.

Sus abuelos, perseguidos por ser judíos, sufren el ataque y pogromo de sus familiares y amigos. Una tía de Gelman muere en un incendio provocado por la intolerancia de cosacos y grupos antisemitas del este de Europa.

Su padre, perseguido por la policía zarista, se ve obligado a escapar de Rusia rumbo a Argentina. En la riesgosa huida mueren su primera esposa y su pequeño hijo, hermanastro de Gelman.

Las similitudes entre la vida de su familia y la vida del propio Gelman, quien ha sufrido el asedio de estados terroristas, la persecución de los servicios secretos de dictaduras militares y tres condenas a muerte de grupos armados de derechas e izquierdas, son enormes. La dictadura militar argentina, inspirada por el anticomunismo macartista norteamericano y el antisemitismo y la xenofobia de la Alemania nazi, persigue, tortura y mata a familiares y amigos del poeta. Los dos hijos de Gelman son secuestrados, uno de ellos es asesinado a sangre fría. Su nuera es apresada y aún hoy permanece desaparecida. Su nieta es apropiada y «criada en cautiverio» ignorando su verdadera identidad por más de veintitrés años. Muchos de sus amigos, colegas, compañeros militantes y poetas son secuestrados, torturados, desaparecidos y/o asesinados. Aún hoy se los busca. Se desconocen sus paraderos, no hay rastros, ni huesos, ni lápidas donde llorarlos.

Cuando Gelman decide exiliarse ante las continuas amenazas de muerte —como lo hiciera su padre cincuenta años antes— el silencio y la soledad se apoderan de su vida, dejando una profunda mella también en su obra. El exilio, que lo arrastra por cientos de casas propias y ajenas y decenas de países donde ha vivido, llega a enmudecerlo, impidiéndole escribir durante varios años.

Más allá de todas las circunstancias adversas que enfrenta, Gelman se sobrepone con un formidable instinto de supervivencia. Con coraje y convicción consigue rehacer su vida, dentro de los márgenes posibles, y volver a enamorarse y disfrutar con felicidad sus últimos días. Su vida ha sido un ejemplo de coherencia y entereza. Sus ideales políticos, junto a su pasión por la poesía y el periodismo, lo han mantenido con vida, le han dado sentido a su existencia, y han formado parte de los tres pilares que conformaron su imagen pública. Con ellos ha sabido construir su forma de resistir los embates de la tragedia, conjugando arte con justicia, creación literaria con denuncia social y la revolución de la palabra con la revolución política.

Formará parte de su biografía y su herencia literaria el permanente rescate de la memoria de lo sucedido que levantó como bandera durante toda su vida, para que la tragedia no vuelva a repetirse. Su obra, definitivamente, lo sobrevivirá con la dignidad que merece.

SU OBRA

Su extensa obra, la obra de toda una vida, una carrera literaria de más de sesenta años, también es singular y aventaja a muchos de sus contemporáneos. La obra de Gelman muestra un recorrido poco habitual, que comienza como la de tantos otros poetas más o menos talentosos de la década de los cincuenta, para paulatinamente ir tomando la forma de una poderosa voz propia, personal, inexpugnable, que se ha ido curtiendo y cultivando a lo largo de más de ochenta años de vida. Su obra se abre como un abanico multicolor que despliega los matices y vicisitudes de cada uno de sus sueños. Una obra que escribe en permanente «ardor», como dice en sus poemas, en carne viva, ante el dolor por tanta muerte y desdicha, tanta miseria, imputación y olvido. Una voz, decíamos, que se hace escuchar, que se abre camino entre el confuso panorama de las letras contemporáneas. Es la voz del que sabe, del que tiene una vida detrás que corrobora a pie juntillas cada una de sus palabras. No es un inspirado repentino. Es un corredor de fondo. Un hacedor de pequeños milagros lingüísticos, que no han podido acallar ni las dictaduras, ni las burocracias partidarias, ni la soledad, la frustración, las muertes, ni el mismísimo éxito. Es la voz libertaria de la palabra creativa, la voz que encarna el sueño de toda una generación, es la palabra en acción, indómita, invicta y redentora.

Su obra es el correlato de su vida. Su vida es fiel reflejo de su obra. Ambas se potencian, se desafían y expanden sus márgenes imaginables de acción. Entre ambas le ponen nombres certeros a lo hasta ahora innombrado, yendo más allá de las fronteras de diccionarios y academias reales. Su vida y su obra son auténticas e inimitables.

¿DE QUÉ HABLA LA OBRA DE GELMAN?

Cuando uno lee la obra completa de Juan Gelman y tiene una visión global de su trabajo literario advierte que hay temas recurrentes. En una obra tan extensa, los núcleos temáticos que se abordan son variados. Temas como la Muerte y la Nada, que adquieren especial relevancia al final de su vida, así como materias más específicamente literarias como la Naturaleza de la Poesía y el Juego de los Seudónimos son preocupaciones presentes en casi toda su producción.

La crítica especializada suele señalar con acierto tres asuntos que permanecen en la superficie poética y que van dando forma a su universo literario: Exilio, Identidad y Otredad.

Todos podemos coincidir que su largo exilio de trece años ha dejado una huella imborrable en su poética, al punto de permanecer incluso más allá del final de su exilio.

También se ha hablado bastante del tema de la Identidad, que se manifiesta en permanente situación de conflicto, especialmente durante el exilio, y que expone la fragilidad de un sujeto que acarrea el estigma de ser el primer argentino de una familia que lleva dos generaciones de exilio. Gelman es un ucraniano-argentino que finalmente adopta la residencia mexicana. Es un judío asquenazí que escribe en sefardí, lee a los místicos cristianos, pero reniega de toda religión. Es un niño al que le leen en ruso, le hablan en ucraniano, lo llevan a ver teatro en hebreo, que decide escribir en castellano rioplatense.

El tercer elemento tiene que ver con una actitud política y militante que se manifiesta a través de una permanente denuncia de la exclusión de las minorías. Gelman entiende que hay un relato tendencioso que estigmatiza a un sector importante de la población global. Esa Alteridad construida en rededor del concepto Otros da cuenta de los excluidos política, geográfica e intelectualmente por las historiografías hegemónicas. A través de su trabajo, el poeta tiende a restituir la voz de los millones de «nadies» que Eduardo Galeano describiera en sus escritos. Esos personajes secundarios, sin visibilidad social, que en la mayoría de los casos ni siquiera tienen una forma propia para expresarse a sí mismos, más allá de las que diseñan y «prestan» sus propios invisibilizadores, constituyen el coro de voces que pueblan sus escritos. Son las voces que afloran de los márgenes de las clases sociales, los Subalternos que describiera Antonio Gramsci, los Juanito Laguna de las pinturas de Antonio Berni, los que remojan las patas en las fuentes en los poemas de Leónidas Lamborghini, los desclasados y descalzados que caminan los barros de la periferia global. Son los sin-voz-ni-voto, los sin-dni-ni-escuela, los sin-agua-ni-cloacas, los caídos del mapa, «Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata». Son los «Pepe Díaz», los «María la sirvienta», los «Pedro el albañil» de las páginas de Gelman. Pero también son los artistas, los poetas malditos y activistas sociales, que caen en nombre de un sueño, queriendo cambiar la historia oficial de subyugación y alevosía, los Rodolfo Walsh, los García Lorca, los Attila József, los Paquito Urondo, los Lumumba, los Jiří Wolker, las Madres de Plaza de Mayo y tantos otros menos conocidos y reseñados.

Más allá de lecturas fragmentarias, que señalan la Muerte, la Nada, los Seudónimos, la Poesía, el Exilio, la Identidad y la Otredad, como temas fundamentales en la obra de Gelman, yo creo que hay posibilidades para proponer una lectura superadora que aglutine estas y otras cuestiones parciales bajo la perspectiva de la relación Poder-Lenguaje. Yo creo que la gran operación estratégico-poética del argentino sucede justamente en ese terreno escabroso y en permanente tensión donde se debaten el poder y la palabra.

GELMAN Y LA TEORÍA POSCOLONIAL

Exilio, Identidad, Alteridad, Subalterno y Lenguaje son conceptos que conforman indudablemente el universo gelmaniano, la identidad de su trabajo, pero también son el corazón conceptual de las teorías literarias poscoloniales, donde no solo puede ser leída la obra literaria de Gelman sino también su lucha política por la liberación nacional de su país.

El poscolonialismo, influenciado por muchas de las ideas posmodernas de pensamiento, ofrece métodos de análisis e interpretación propicios para entender los efectos e implicancias del neocolonialismo y la subyugación. Los postulados más importantes que esgrimieran los grandes teóricos de esta corriente, como el crítico palestino-norteamericano Edward Saïd, el dramaturgo keniata Ngũgĩ wa Thiong’o, el psiquiatra oriundo de Martinica de origen afrocaribeño Frantz Fanon, la filósofa india Gayatri Chakravorty Spivak, quien escribiera su célebre Can the Subaltern Speak?, se centran en el análisis del discurso dominante que crea esta realidad que Gelman denuncia en sus trabajos, esta Metanarrativa, que intenta por todos los medios controlar y abortar cualquier forma de discurso autónomo, independiente y autogestionario que atente contra el discurso oficial.

La obra de Gelman podría interpretarse, por lo tanto, como un gran esfuerzo literario por crear una contracorriente alternativa frente a ese discurso dominante, ese gran relato oficial que permanentemente propagan las usinas del poder Hegemónico con el objeto de convencer a las mayorías que sus intereses coinciden con los intereses de las élites.

La obra de Gelman relativiza esa «verdad absoluta» que dictamina la manera en que funciona el mundo hoy y que como un manto parecería cubrirlo todo. Ese altisonante discurso dominante, construido durante cientos de años en base a conceptos de raza, geografía, cultura, idioma, religión y estatus social, define superioridades e inferioridades, es decir, va en dirección contraria a la vieja idea de «igualdad de derechos», por la que tanto se ha luchado desde el fondo de los siglos, y que hoy parece una utopía lejana e inalcanzable.

Este suprarrelato, que se diseña en función a perspectivas Etnocéntricas y sistemas de valores convenientes a los regidores de turno, construye las identidades de los vencidos, pero también la de los Otros, los perdedores, los que son expulsados al exilio si desoyen las «leyes de la realidad». Así se explica la construcción mediática de esos Otros, los Subalternos, «los dueños de nada / Que no hablan idiomas, sino dialectos», los que malviven en los suburbios de la lengua, los cabecitas negras, los panchitos, los wet-back, los catalufos y charnegos, es decir, «los que no pasan el día acariciados por jamaicanas de talles de palmera», como dice Gelman, sino expuestos al escarnio de la propaganda que estigmatiza.

También se encargan estas usinas del desánimo. Se habla del fin de la historia, para que no quepan dudas de que ya no hay cambio alguno posible. Se vende el discurso del descrédito y el escepticismo, que compramos con el periódico de cada día. Se construye un detallado relato del mundo donde se hacen populares entonces conceptos muy sustanciosos en cuanto a su implicancia política y económica. Conceptos que parecerían incuestionables en el orden económico como libre mercado —y no comercio justo— para que los países industrializados se aprovechen de los subdesarrollados y arrasen con la invasión de sus productos. Cuando se defienden los puestos de trabajo de una economía en una situación de desigualdad frente a otra se la acusa de estar altamente regulada y no promover el libre comercio. Cuando los gobiernos son seguidos por sus pueblos se los rechaza bajo el mote de populistas. Por el contrario, cuando los hambrean en nombre de las leyes del mercado y la austeridad se los aplaude en foros internacionales.

DISPUTAR LA SEMÁNTICA, ESA ES LA TAREA

Gelman entendió muy pronto que la palabra es un campo de disputa, que su materialidad es territorio de intensas batallas, donde intereses contrarios la tironean de un sitio al otro, para que diga lo que se quiere escuchar y calle lo que es políticamente incorrecto. Y cuando digo «políticamente incorrecto», debería decir cuando la palabra incomoda, se sale del libreto y nombra lo que atenta contra el pensamiento único.

La palabra como mercancía está siempre en el centro de una disputa: «La oveja» que pastorea el campesino se llama «cordero» en la mesa del señor feudal; «la ternera» que come el patrón no es otra que la «vaca» que cría el peón rural. La desavenencia lingüística reproduce la tensión social, la lucha de clases. El granjero malvende el «puerco» que se sirve como «cerdo» en el plato del banquero. El indio engorda la «gallina» que el conquistador llama «pollo». La palabra delata un origen, establece procedencias, diferentes saberes y estatus sociales.

En el terreno verbal se entablan batallas de poder. En la contienda verbal, el poder, con el oro y la espada, impone su rigor a las palabras. Estas dan testimonio del dominio de aquel. La historia oficial consagra la palabra de los vencedores. La de los vencidos es arrinconada, pierde valor, se rebaja y, desmedidamente, menoscaba.

Quizás el aporte más importante de la obra de Gelman al concierto de literaturas contemporáneas tenga que ver con la búsqueda incansable por la palabra justa, la palabra certera que desande el conglomerado de operaciones lingüísticas que promueven el pensamiento único, que cambia etimologías y adjetivos, que pone en desuso términos y conceptos que declara obsoletos, como «usura internacional», por ejemplo, un concepto que poblaba los periódicos anarquistas de principios del siglo XX y que hoy, cien años después, contiene una vigencia absoluta.

Gelman cree que es posible recuperar la palabra libertaria, indómita y soberana, la palabra que pueda todavía renombrar lo mal nombrado, desmentir el relato de la usura, sacudir el polvo de la indolencia y escalar las torres de las academias y tomarlas por asalto como bastillas. Cree que es posible volver a darle a la palabra el mágico brillo de la invención y la aventura, esa es la tarea, y a ello ha avocado sus más de ochenta y tres años de vida.

La obra de Gelman interroga, contradice y enfrenta a un poder que le quita la palabra a los colectivos sin-voz, sacándoles la letra de su desdicha, transformándolos en iletrados, es decir, en bestia que se domestica, para que no digan lo que no se quiere escuchar, en definitiva, para que las calles y los libros no nombren el nombre de la injusticia, la explotación y la usura. La consigna es clara: el que domine el territorio de la expresión tendrá el poder, dominará el relato y escribirá la historia oficial. Por eso su obra ha entablado diálogos con materiales poéticos escritos medio milenio atrás, buscando el «candor perdido» de la palabra sefardí. Por eso se ha visto en la necesidad de crear nuevas palabras, regularizar verbos irregulares, masculinizar sustantivos femeninos y feminizar adjetivo masculinos. Porque entiende que no habrá ni oro ni espada suficientes frente a la nueva palabra empoderada.

La obra de Gelman interpela al poder, lo acusa, se rebela y arremete contra él, convirtiendo su batalla en tema principal de su andadura. Entiende que quien amotine la palabra tendenciosamente anquilosada subvertirá lo que nos regla y cosifica.

Da igual lo monstruosas que sean las caras del poder, Gelman —comunista a los quince y montonero a los treinta— las enfrentará con su utopía.

No importa con qué herramientas emprenderá la acometida; primero lo intentó con las armas, con las que fracasó rotundamente, después con la palabra libertaria, con la que aún sigue dando batalla.

Se trate de imberbes montoneros, de la tiranía del verso endecasílabo o de los Ford Falcon de la infantería Gelman los pondrá con su poesía junto al negro designio de los tiempos.

En nombre de la justicia poética y social, por la distribución de los saberes y las riquezas, para que más puedan más en beneficio de todos, la lucha por el verbo continúa, porque «la victoria siempre»... llegará nunca.

Bienvenido, lector, a este atado de páginas revueltas.

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SUS PRIMEROS TREINTA AÑOS: DE 1930 A 1960

El lector podrá observar con claridad el temperamento decidido, la convicción y coherencia con la que Gelman comienza a planear su vida. Ya desde muy joven, Gelman es capaz de discernir en detalle el rumbo que debe tomar su vida. Al final de la década de los cuarenta, Gelman habrá incursionado en dos de sus grandes pasiones, la política y la poesía. Publicará sus primeras poesías y con tan solo quince años se adscribirá a las políticas del Partido Comunista argentino.

A los veintipocos años, su vida sentimental y política, así como su carrera literaria y periodística, se encuentran prácticamente encaminadas. En estos pocos años se casa, tiene a sus dos hijos, mantiene una férrea convicción política dentro de las filas del PC, es encarcelado por sus ideas políticas, publica sus dos primeros libros, ejerce como periodista en varias publicaciones y colabora activamente en tres proyectos literarios, entre los que se destaca la fundación del grupo literario El Pan Duro, de estudio imprescindible en las facultades de Letras argentinas.

PADRES Y ABUELOS, PERSECUCIÓN RELIGIOSA Y POLÍTICA

En la biografía prenatal de Gelman, es decir, en aquellos sucesos que se producen antes de su nacimiento, que por la gravedad de los mismos dejan una huella indeleble en su vida, hay elementos que se repiten y parecerían continuarse más allá del tiempo, las geografías y las lenguas.

La historia de la familia de Gelman, que comienza en la Ucrania y la Rusia prerrevolucionaria de finales del siglo XIX está signada por la persecución religiosa y política.

La vida de su padre, don José Gelman, comienza en el seno de una familia judía de humildes orígenes. Según cuenta el propio Gelman en la revista La Maga, de Buenos Aires, su padre «... era uno de esos obreros de la Rusia revolucionaria que sabía de todo... Lo que ahora se llamaría un tipo culto». Ávido lector de economía, historia y ciencias políticas, José Gelman, quien desde temprana edad se dedica a la carpintería, tiene una activa participación política. En 1905 toma partido a favor del levantamiento comandado entre otros grupos por el Partido Social-Revolucionario (PSR) y el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). Tras el fracaso de la revuelta, pierde su trabajo y se convierte en un perseguido político. Cuando el acecho de la policía zarista se intensifica, José decide huir a Moscú, dejando a su primera esposa y sus dos hijos varones en Ucrania. Al principio se refugia en las cercanías de Moscú, en una pequeña casa de madera, que aún pertenece a la familia Gelman. Luego decide abandonar el país en soledad, rumbo a América, la tierra de las mil promesas. Con pasaporte falso, se dirige a Génova primero, para de allí viajar luego lo más rápido posible al Nuevo Mundo. Según cuenta la crónica, en el momento de su partida hay dos barcos próximos a salir. Uno con destino a Nueva York, el otro con destino a Buenos Aires. Con la urgencia del perseguido, elige este último, ya que es el que zarpa primero.

Una vez en Buenos Aires trabaja en diferentes oficios. Sobrevive los primeros años, fundamentalmente, como obrero ferroviario. Con los nuevos acontecimientos en Rusia, en 1917 decide regresar. La entrada a Ucrania no le resulta fácil. Al principio no puede entrar debido al cierre de una frontera que sufre el hostigamiento militar de más de dieciocho potencias monárquicas europeas, horrorizadas por el novedoso movimiento antimonárquico y anticapitalista ruso. Una vez en su tierra natal, José logra reunirse con su familia y vivir los primeros años de la Revolución rusa. Sin embargo, a los pocos años, ante los nuevos acontecimientos que se suceden en la recientemente creada república socialista, decide por segunda vez viajar a Buenos Aires y comenzar una nueva vida en Sudamérica.

Según comenta el propio Gelman en varias oportunidades, lo que más impacta negativamente a su padre sobre el proceso revolucionario ruso es la muerte de Lenin en 1924, el inesperado ascenso al poder de Iósif Stalin y la expulsión del partido de León Trotsky y su consiguiente destierro en 1928 a Alma Ata.

Esta parte de la biografía del padre de Juan Gelman debería ser revisada y ampliada. Las explicaciones que da el propio Gelman sobre los motivos por los cuales su padre decide abandonar la Rusia revolucionaria de entonces parecen simplistas e incluso en un punto contradictorias. Según Gelman, su padre es un ferviente revolucionario que participa activamente en la revolución de 1905. Un revolucionario que, decepcionado por el ascenso de Stalin y la expulsión de Trotsky, decide irse a Argentina. Sin embargo, la Argentina de los años veinte es un país que dista mucho de la excitante Rusia revolucionaria de entonces. Como país periférico y subdesarrollado, Argentina no deja de ser un país rural, socialmente atrasado, con una democracia institucionalmente débil, comandada por una rancia oligarquía terrateniente que dirige los destinos del país a base de fraude electoral, represión y proscripciones.

Más allá de las especulaciones que motivan a su padre a abandonar la Unión Soviética, lo cierto es que los planes de José se ven trágicamente interrumpidos. Cuando se encuentran escapando de la Rusia de Stalin, tanto su esposa como su hijo pequeño mueren ahogados al intentar cruzar un río. Como consecuencia del trágico suceso, el viaje queda en suspenso. José y Boris regresan a Ucrania, donde permanecen unos pocos años más tratando de superar el duro golpe. En este ínterin, José Gelman conoce en Odesa a la que va a ser la madre de Juan Gelman, Paulina Burichson.

Paulina, que nace en Balta en 1897, es una joven estudiante de Medicina, hija de rabinos ucranianos, amante de la lírica y la música de cámara, que conoce de primera mano y en carne propia las consecuencias de la intolerancia religiosa. Sus abuelos, perseguidos por ser judíos, sufren las consecuencias de los pogromos. Una hermana suya muere en un incendio causado por grupos antijudíos. Cada vez que había peligro, cuenta Gelman a la revista La Maga, su abuelo sacaba una arquilla con un pergamino de 1700 y leía: «El rabino tal engendró al rabino tal que engendró a tal...». Él era el último de la lista. Ante la amenaza de muerte, la lectura del pergamino agudizaba su instinto de supervivencia.

Mi infancia también está llena de cosas que no viví. Por ejemplo de historias extraordinarias y terribles que mi madre me contaba, como el día aquel en que los cosacos quemaron todo durante un pogromo y mi abuela entró en la casa en llamas para salvar a sus hijos. Perdió uno.

Al poco tiempo, José y Paulina se casan, tienen una hija en Moscú, Teodora, y hacen planes para viajar a Buenos Aires. En 1928 se embarcan definitivamente a Argentina. Una vez allí, se instalan en el barrio de Villa Crespo de la ciudad de Buenos Aires.

La vida de los padres de Gelman fue parecida a la de muchos inmigrantes ucranianos que fueron a Argentina a principios del siglo XX. En los comienzos, la adaptación a las nuevas circunstancias de vida resulta una ardua tarea. Luego, con el tiempo, aprenden el castellano rioplatense, consiguen una cierta estabilidad laboral y entienden mejor las nuevas circunstancias de vida que les toca vivir. Mueren sin olvidar su Ucrania natal, pero con la certeza de que sus hijos gozarán de un futuro que se muestra promisorio.

Cuando fallece José Gelman, en 1964, su hijo Juan escribe «El extranjero», unos sentidos versos que honran la memoria de su padre.

«El extranjero»

con el cigarrillo encendido mi padre se paseaba horas y horas

por la oscuridad del comedor entre las plantas del patio

su mujer le decía «dejate de dar vueltas josé»

pero él no quería comer ni dormir ni detenerse

se le gastaron los pies una tarde

se dio vuelta y cerró los ojos como un pajarito

(Cólera buey)

Con el tiempo, la figura paterna tomará una dimensión más próxima y presente en la memoria del poeta. En un reportaje publicado en 2010, el periodista Rodolfo Braceli recoge el siguiente testimonio del propio poeta:

—Cuando se ronda, intenso, los 80, ¿se siente la presencia de los padres?

—Sí, es curioso, porque más bien lo que he sentido es la presencia de mi madre y últimamente estoy sintiendo la de mi padre. Lo veo por los poemas que escribo. Gestos cariñosos de él recuerdo uno o dos, a lo mejor hubo más. Una vez que estuve enfermo a los 12 años, se sentó al lado de mi cama y me leía cuentos de Scholem Aleijem en idish. Me acuerdo de eso, pero era un hombre silencio; para mí, distante. Y sin embargo, cuando muere, me costó mucho admitirlo, mucho. Yo llegué a casa, ya le habían puesto la tapa al cajón y exigí que la levantaran porque no podía creer que se hubiera muerto. Yo tenía 34 y él 74. Y bueno, después la vida y las cosas... Sí, en los últimos años aparece mi padre. No sé por qué se produce porque ya... mis hijos, bueno, a uno lo mató la dictadura, la otra vive aquí, ya tiene más de 50; hace años que no convivo con hijos. A lo mejor ésa es la razón, no sé.

—¿Alguna otra imagen de tu papá?

—Pocas palabras... después fui entendiendo su pasado. En las familias se hablaba poco de ciertas cosas importantes. Lo que pasó durante la inmigración quedaba atrás; cortina y a otra cosa. Recién a los 70 descubrí que había tenido otro hijo, que murió en Rusia. Y era hermano de mi hermano mayor; ni siquiera él me habló de eso. No hijo de mi mamá, sino del primer matrimonio de mi papá. Mirá, nunca supe el nombre. Quien me habló de él y me mostró una foto fue la viuda de mi hermano Boris. Así que recuperé un hermano, muerto, mil años después de que se fuera. Historias que pasan en la mayoría de las familias, zonas que no se tocan... No sé, el secreto familiar siempre anda por ahí...

(La Nación, 14/1/14)

Su madre, por su parte, fallece en Buenos Aires en 1982 a los ochenta y cinco años, después de someterse a tres intervenciones quirúrgicas para extirpar un cáncer que finalmente la consume. Gelman recibe la noticia en el exilio, en Nicaragua. Recibe tres cartas al mismo tiempo que lo informan de la situación en Buenos Aires. La primera carta dice que su madre se encuentra bien y activa. La segunda carta se la envía su hermana Teodora, quien le comunica que su madre ha muerto. La tercera carta es de su propia madre, quien le cuenta que todo marcha bien, aunque se siente un poco cansada.

La noticia de la muerte de su madre desencadena sensaciones encontradas, se amontonan los recuerdos y afloran las preguntas vitales que lo interrogan en profundidad. Gelman escribe un febril poemario para honrar su memoria titulado Carta a mi madre, donde expone con honestidad, crudeza y cariño los detalles de una relación compleja.

Odessa, 1915, tenés 18 años, estudiás medicina, no hay de comer / pero a tus mejillas habían subido dos manzanas (así me lo dijiste) (árbol del hambre que da frutas) / esas manzanas ¿tenían rojos del fuego del pogromo que te tocaba? / ¿a los 5 años? / ¿tu madre sacando de la casa en llamas a varios hermanitos? / ¿y muerta a tu hermanita? / ¿con todo eso / por todo eso / contra / me querés? / ¿me pedías que fuera tu hermanita? / ¿así me diste esta mujer, dentro / fuera de mí? / ¿qué es esta herencia, madre / esa fotografía en tus 18 años hermosos / con tu largo cabello negriazul como noche del alma / partida en dos / ese vestido acampanado marcándote los pechos / las dos amigas reclinadas a tus pies / tu mirada hacia mí para que sepa que te amo irremediablemente? /

NACE UN POETA

Al poco tiempo de estar instalados en Argentina, José y Paulina tienen a Juan Gelman, el primer argentino de la familia. Nace el 3 de mayo de 1930, a las once de la mañana, en el hospital Carlos Durand, bajo el signo de Tauro. En una entrevista realizada por el periódico La Nación, de Buenos Aires, Gelman rememora con humor y ternura aquellas primeras impresiones:

—Contame de tu parto. ¿Colaboraste o te sentaste en la retranca?

—Colaboré. Cuando mi madre me dio a luz, yo quería estar al lado de ella, es lo menos que puede hacer un caballero.

—¿Te recordás naciendo?

—¡Por supuesto! Lo que me costó. Parece que mi madre estaba bien conmigo y no me dejaba afuera. Estuvo veintiséis horas en lo que se llamaba la cama dura, hasta que yo, peleando un poco, pude salir, con cinco kilos y medio. Me llamaban el torito de la sala... Fue a las once de la mañana, creo. Había luz de día. Yo fui el último hijo. Los otros eran uno ucraniano y la hermana, moscovita. Yo, porteño. Nací en el hospital Durand. Había una cancha por ahí, a la que después íbamos los del barrio a jugar a la pelota.

Sus primeros años transcurren en Villa Crespo en el seno de su familia, con su hermano Boris, hijo de la primera esposa de José y veinte años mayor que Juan, y su hermana Teodora, nacida en 1926. Boris es quizás el primero que lo introduce en el maravilloso mundo de las palabras, las rimas y los sentidos. Le recita en ruso poemas de Pushkin, le lee textos de León Tolstói, Leónidas Andreiev y Victor Hugo. Como dirá Gelman a la revista La Maga, aquellos son los años del descubrimiento de la literatura: «En ese momento descubrí la poesía dicha».

Boris, un gran lector, me recitaba poemas de Pushkin en ruso. Yo tenía cinco años y no entendía nada. Claro, no sabía ni media palabra en ruso. Pero Boris me recitaba y yo quedaba fascinado con aquellas palabras raras pero llenas de musicalidad, de ritmo. Pienso que aquellas lecturas de mi hermano definieron mi posterior amor por la poesía.

Brecha