Se les puede llamar héroes si consideramos que su aspiración y su vocación no es fruto del curso normal de las cosas, sancionado por el orden existente, sino de una fuente secreta, de ese espíritu interior, aún oculto bajo la superficie, que afecta al mundo exterior como si fuera una cáscara y lo hace estallar en pedazos.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel,
Filosofía de la Historia.

Adolf Hitler sabía encontrar lo que buscaba en las estanterías de la famosa Biblioteca Hof como cualquier graduado universitario, porque había pasado la mayor parte del año estudiando con avidez en el silencio de la cálida y gran sala de lectura.

Los libros constituían todo su mundo. En Viena, se pasaba tanto tiempo en la Biblioteca Hof que un día le pregunté, con toda franqueza, si tenía la intención de leerse todos los libros de la biblioteca, lo cual, naturalmente, me valió algunos comentarios groseros. Un día, me condujo a través de la biblioteca y me enseñó la sala de lectura. Casi no cabían los libros en las estanterías. Le pregunté cómo se las arreglaba para encontrar lo que le interesaba y empezó a explicarme cómo utilizar los distintos catálogos, cosa que me confundió aún más. [1]

A la mañana siguiente de su descubrimiento de la Lanza del Destino, Adolf Hitler no volvió a leer ociosamente la selección de libros que solía escoger al azar, y que nutría y favorecía su precario castillo de sueños. En aquella ocasión entró en la sala de lectura con paso mesurado y una idea fija en la cabeza: seguir la pista de la Lanza del Reich en la Schatzkarnmer del Hofburg a través de los siglos antes de que, por primera vez, fuera mencionada abiertamente en la historia durante el reinado del emperador alemán, Otto el Grande.

No pasó mucho tiempo antes de que su competente uso de los catálogos y de diversas investigaciones históricas revelase un número completo de Lanzas que en algún período de la historia habían sido consideradas como la Lanza que traspasó el costado de Jesucristo en la Crucifixión.

Adolf Hitler no tardó en sobreponerse de su consternación ante aquel inesperado giro de los acontecimientos. Estaba convencido de que una exhaustiva búsqueda pronto revelaría cuál era la verdadera Lanza de Longino. Siempre había sido un apasionado de la historia, la única asignatura en que se había destacado. Sentía desprecio por todos sus antiguos profesores, excepto por uno: «No sentían simpatía por la juventud; su único objetivo era estrujar nuestras mentes y convertirnos en monos eruditos. Si un alumno mostraba el más mínimo atisbo de originalidad, era perseguido implacablemente».[2]

Solamente su profesor de historia, el doctor Leopold Potsche, un ferviente nacionalista alemán y que Hitler consideraba que había ejercido una gran influencia durante su período de formación, quedaba al margen de sus mordaces críticas: «Allí nos sentábamos, a menudo entusiasmados, incluso a veces emocionados hasta las lágrimas... Como instrumento de educación utilizaba el fervor nacional que sentíamos en nuestro interior. Gracias a ese profesor, la historia se convirtió en mi asignatura favorita».[3]

El fervoroso joven, que más tarde exclamaría que «un hombre sin sentido histórico es un hombre sin ojos ni oídos»,[4] no encontró mucha dificultad para identificar los méritos de las distintas Lanzas, la supuesta arma del centurión romano Longino, que estaban diseminadas por palacios, museos, catedrales e iglesias de Europa.

Una Lanza de este tipo (o, al menos, parte de ella, la empuñadura) se encontraba en el gran Hall del Vaticano, pero la Iglesia Católica Romana no hizo ninguna afirmación seria en cuanto a su autenticidad. Otra Lanza se hallaba en Cracovia, Polonia, pero Adolf Hitler no tardó en descubrir que era una réplica exacta de la Lanza del Hofburg (sin el Clavo), que Otto III hizo copiar para regalársela a Boleslav el Bravo, con ocasión de una peregrinación cristiana. Una tercera Lanza, cuya autenticidad era más probable, había sido asociada con el primer Padre cristiano, Juan Crisóstomo. En el siglo XIII, a su regreso de las Cruzadas, el rey Luis el Santo había trasladado esta Lanza, que se creía había sido forjada por el antiguo profeta hebreo Fineas, de Constantinopla a París. Se decía que esta Lanza había captado el interés del escolástico dominico, Tomás de Aquino.

Adolf Hitler estaba entusiasmado con la idea de encontrar una Lanza que, aparentemente, había sido asociada a lo largo de la historia con una leyenda sobre el destino del mundo. Esta Lanza, que databa del siglo III, al parecer había sido rastreada por numerosos historiadores hasta el siglo X, durante el reinado del rey sajón Heinrich I, el Cazador, donde se menciona por última vez en sus manos durante la famosa batalla de Unstrut en la que la caballería sajona derrotó a los intrusos magiares. Tras esta batalla, la Lanza desapareció misteriosamente de la historia, puesto que no aparece en la muerte de Heinrich en Quedlinburg ni en la coronación de su igualmente ilustre hijo, Otto el Grande, el primer poseedor de la Lanza del Reich en la Casa del Tesoro del Hofburg.

La primera mención escrita de la Lanza del Hofburg aparece en la antigua Crónica sajona de la batalla de Leck (cerca de Viena), en la que Otto obtuvo una apabullante victoria contra las hordas mongolas, cuyos magníficos jinetes arqueros habían llevado la destrucción al mismo corazón de Europa. La siguiente mención de la Lanza, a la que también se atribuyen poderes legendarios, sucedió en Roma, cuando Otto se arrodilló ante el Papa Juan XII para ser bendecido con ella y proclamarse así Santo Emperador Romano.

Adolf Hitler, tan descontento de la nula efectividad de intelectuales y eruditos con largos títulos, se convenció de que sus propias pesquisas sortearían el abismo y concluirían que se trataba de la misma Lanza, que había pasado sin quedar constancia de ello, de padre a hijo, ambos grandes héroes sajones.[5]

Hitler se entusiasmó al descubrir que siglo tras siglo la increíble leyenda de la Lanza se había ido cumpliendo para bien o para mal.

Mauricio, el comandante de la Legión de Tebas, retuvo la Lanza en su poder durante su agonía cuando fue martirizado por el tirano romano Maximiliano por no someterse a los dioses paganos de Roma. La legión tebana había sido atraída mediante una trampa desde Egipto a las órdenes de Diocleciano para asistir a una concentración de todas las tropas romanas en Le Valais (285 d. de C.), donde se celebró una fiesta pagana de sacrifico para renovar el decaído fervor de las legiones al panteón de los dioses romanos.

Mauricio, un cristiano maniqueo, había protestado contra la amenaza de Maximiliano de diezmar su legión debido a su fe cristiana y, como gesto final de resistencia pasiva, fue obligado a postrarse ante las tropas de sus propios soldados para ofrecerse a ser decapitado en su lugar. Sus últimas palabras fueron: «In Christo Morimur».

Los veteranos de la legión tebana, siguiendo su ejemplo de resistencia pasiva, eligieron morir con su líder a someterse a los dioses romanos, en quienes ya no creían. Ni siquiera la decapitación de uno de cada diez hombres les hizo cambiar de actitud. Juntos, 6.666 legionarios —la tropa más disciplinada de la historia militar de Roma— se despojaron de sus armas y, rodilla en tierra, ofrecieron sus cuellos al filo de las Lanzas. Maximiliano tomó la fatal decisión de masacrar a toda la legión como ofrenda de sacrificio a los dioses, el rito de sacrifico humano más horrible de la historia de la antigua civilización.[6]

constantino

Constantino el Grande, con la «Providencia» de la Lanza de Longino, proclamó la conversión al cristianismo del Imperio Romano.

El martirio de la legión de Tebas había suavizado la parte indefensa del mundo pagano y paralizó la meteórica carrera de Constantino el Grande, y la conversión a la cristiandad del Imperio Romano.

Constantino el Grande, una de las figuras más enigmáticas de la historia, proclamó que había sido guiado hacia la «Providencia» cuando sostenía la Lanza de Longino en la famosa batalla del Puente Milvian, a las afueras de Roma. Esta batalla asentó el liderazgo del Imperio Romano y llevó directamente a proclamar el cristianismo como religión oficial de Roma.

Más tarde, el astuto Constantino utilizó los poderes «de la serpiente del mal» de la Lanza para desafiar la resistencia pasiva de «la paloma del bien» con el fin de utilizar la nueva religión para sus ambiciones personales y perpetuar así el espíritu marcial de la Roma de Rómulo. Se llevó al pecho el sagrado talismán del poder y de la revelación antes de la reunión de los Padres de la Iglesia en el primer Concilio Ecuménico, cuando tuvo la osadía de promulgar el dogma de la Trinidad e imponerlo a la Iglesia. Siendo ya viejo, cuando se construía la nueva Roma en Constantinopla —un bastión que pudiera sobreponerse a todos los asaltos enemigos durante un siglo—, Constantino sostuvo la Lanza frente a sí y, hallándose en los alrededores de la nueva Ciudad, dijo: «Sigo los pasos de Aquel que veo caminar/camina junto a mí».

La Lanza había jugado un papel importante a lo largo de los siglos que duró la progresiva caída del Imperio Romano, tanto en la resistencia a las invasiones del norte y del este como en la conversión de los bárbaros a la nueva fe y a la causa romana.

A Hitler le impresionó comprobar que la Lanza había cambiado de manos generación tras generación, pasando de mano en mano en una cadena de personas que la reclamaban y que la utilizaban con objetivos siempre distintos. Hombres como Teodosio, que con su ayuda domesticó a los godos (385 d. de C.), Alarico el Valiente, el salvaje converso al cristianismo que reclamó la Lanza tras saquear Roma (410 d. de C.) y Ecio, «el último romano» y el visigodo Teodorico, quien reunió a los galos con la Lanza a fin de derrotar a las hordas bárbaras en Troyes y vengarse del feroz Atila el Huno (452 d. de C.).

Justiniano, el fanático absolutista y religioso, que reconquistó los territorios del antiguo Imperio Romano y dio a su pueblo el famoso codex iuris había depositado toda su confianza respecto a su gran dios o destino en la Lanza. Levantó la Lanza al ordenar el cierre de las «escuelas de Atenas» y exiliar a los estudiantes griegos de sus esferas. Se trató de una fatal decisión que privó a la Europa medieval del pensamiento, la mitología y el arte griego y le confirió esa especial calidad de oscuridad y prejuicio que fue apartada un milenio más tarde en la brillante luz del Renacimiento italiano.

En los siglos VIII y IX la Lanza había seguido siendo el centro del proceso histórico. Por ejemplo, el talismán místico se había convertido en una verdadera arma en manos del general franco Karl Martel [7] (el Martillo) cuando dirigió a sus tropas hacia una milagrosa victoria sobre las masivas fuerzas militares de los árabes en Poitiers (732 d.de C.). La derrota hubiera supuesto que toda Europa occidental se habría visto obligada a someterse a la autoridad y la religión musulmanas.

Carlomagno (800 d. de C.), el primer emperador santo romano, había fundado toda su dinastía sobre la base de la Lanza y su leyenda acerca del destino histórico del mundo, una leyenda que había atraído a los mayores sabios de Europa para servir a la causa civilizadora de los francos. Carlomagno había llevado a cabo cuarenta y siete campañas con la confianza puesta en sus poderes para vencer. Y aún más, la Lanza había sido asociada a sus facultades de clarividencia que le habían permitido descubrir el lugar en el que se hallaba enterrado san Jaime, en España, y a su capacidad de predecir acontecimientos futuros, lo cual le había conferido un halo de santidad y sabiduría. A lo largo de toda su vida, este fabuloso emperador había vivido y dormido con la Lanza al alcance de su mano, y sólo cuando la dejó caer accidentalmente, de regreso de su victoriosa campaña final, sus hombres lo consideraron como presagio de tragedias y de su muerte inminente.

Hitler quedó fascinado con el pasaje de la Lanza que hablaba de la era en la que habían vivido todos los héroes de su infancia. Para su sorpresa y satisfacción, descubrió que los grandes personajes alemanes habían llevado la Lanza como la inspiración sagrada de sus ambiciones, como su talismán del poder.

En total, cuarenta y cinco emperadores habían reclamado la Lanza del Destino entre la coronación de Carlomagno en Roma y la caída del antiguo Imperio alemán justo mil años más tarde. ¡Y menudo espectáculo de valentía y poder! La Lanza había pasado como la mano del destino a través del milenio y había creado nuevos modelos de destino que habían transformado la historia de Europa una y otra vez.

Los cinco emperadores sajones que habían sucedido a los carolingios en la posesión de este talismán de poder, hombres como Otto el Grande, habían tenido vidas ilustres con gran influencia sobre la historia mundial.

Sin embargo, fueron los siete increíbles Hohenstauffen de Schwaben, incluyendo al legendario Federico Barbarroja y Federico II, su nieto, los que azotaron en mayor medida la imaginación de Adolf Hitler.

De hecho, en este tema, ¡los alemanes eran insuperables! Federico Barbarroja (1152-1190), que reunía en su sangre la de los Welfs y los Schwaben, poseía todas las cualidades monárquicas que Hitler admiraba: caballerosidad, coraje, energía ilimitada, gusto por la lucha, amor por la aventura, iniciativa fulminante y sobretodo, una cierta aspereza que le proporcionaba la posibilidad de asustar y atraer a la vez. Federico Barbarroja, que creía que podría restablecer el Imperio Romano sin las legiones romanas, había conquistado toda Italia, con lo cual demostró que era insuperable e incluso estaba por encima del Pontífice de Roma; Creía que el modo de conseguir el restablecimiento del Imperio era derrotar a Roma y dirigir personalmente el asalto al Vaticano a fin de exiliar al papa. Más tarde se había arrodillado en Venecia con la Lanza en las manos ante el papa, al que había derrotado una vez, pero sólo se trataba de una maniobra para ganar tiempo antes de reconquistar Italia. Finalmente, Barbarroja había muerto al atravesar un río en Sicilia, y la Lanza cayó de sus manos en el mismo instante de su muerte.[8]

Un hombre que eclipsaba incluso a Barbarroja era Federico Hohenstauffen (12121250), quien se había elevado como un brillante cometa en la historia europea, que transformó desde los cimientos. Era un hombre carismático, de genio poco frecuente y poderes ocultos legendarios. Hablaba seis lenguas con fluidez; era un caballero y un poeta que había inspirado a sus trovadores para que cantaran canciones sobre el Santo Grial. El incomparable Federico también era un mecenas de las artes, un comandante experto y valeroso en el campo de batalla, un estadista de infinita sutileza y un alma enigmática, medio santa y medio demoníaca. Este príncipe de sangre, que se crió en Sicilia (que entonces pertenecía al Imperio alemán), hablaba árabe con sus soldados sarracenos, tenía un extenso harén, estableció la primera tesis científica, creía en la astrología y practicaba la alquimia. Apreciaba la posesión de la Lanza sobre todas las cosas y la convirtió en el centro de su vida, sobre todo cuando invocó sus poderes en las Cruzadas (en las cuales san Francisco de Asís llevó una vez la Lanza en una tentativa de salvamento) y también durante sus batallas contra los estados italianos y los ejércitos papales.[9]

El descubrimiento más importante que hizo el joven Hitler mientras estudiaba la historia de la Lanza del Destino no estaba relacionado ni con los emperadores ni con sus dinastías de poder. Descubrió que la Lanza había sido la inspiración para la fundación de los caballeros teutones, cuyas acciones caballerosas y valientes y cuyos votos irreversibles y disciplina ascética habían constituido la esencia misma de sus sueños infantiles.

Adolf Hitler pasó tres días ocupado en sus primeras tentativas de investigar la historia de la Lanza de Longino. Tal vez sintió un cosquilleo en la columna vertebral mientras recorría las estanterías de la biblioteca para coger las obras del gran filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, ya que a Hitler le parecía que los hombres que habían reclamado la Lanza a lo largo de la historia y habían cumplido su leyenda encajaban con la descripción que de ellos hacía Hegel: los héroes de la historia mundial («Héroes que cumplen la Voluntad del Espíritu del Mundo, el proyecto de la Providencia»).

Pueden ser llamados héroes en la medida en que no han obtenido su objetivo y su vocación del curso normal de los acontecimientos, regulados por el orden existente, sino de una fuente especial, de este Espíritu interior, todavía oculto bajo la superficie, que golpea el mundo exterior como si fuera una cáscara y lo hace añicos.

... Pero al mismo tiempo eran hombres pensantes, que tenían una visión interior de los requerimientos del Tiempo, de lo que estaba maduro para el desarrollo. Ésta era la auténtica verdad de su época, de su mundo.

... Ellos eran los llamados a conocer el principio original, el paso necesario, directo que su mundo iba a dar, a alcanzar sus metas y a emplear sus energías en el fomento de ellas. Los grandes hombres de la historia mundial, los Héroes de la Época, deben ser reconocidos, por tanto, como los de visión clara; sus actos son los mejores de su tiempo.

La filosofía de Hegel estaba un poco fuera del alcance del joven Hitler, el cual no hubiera sido capaz de captar la sutil distinción entre conceptos como Ser y Existencia. Pero una característica de Hegel le impresionó en gran medida, y era el hecho de que todo sentido de la moralidad parecía disolverse del alma del filósofo cuando contemplaba lo que él llamaba los «héroes de la historia mundial»:

La historia mundial ocupa un espacio mucho más amplio que uno en el que la moralidad ocupa su posición adecuadamente, es decir, el carácter personal y la consciencia del individuo. Los rasgos morales irrelevantes no deben ser mezclados con las acciones de la historia mundial y su cumplimiento. Las virtudes particulares (modestia, humildad, filantropía y paciencia) no deben ser alzadas contra ellos.

La idea de Hegel, según la cual estos héroes están totalmente justificados si rompen en pedazos cualquier cosa que se interponga en su camino hacia el cumplimiento de su grandioso destino, impresionó enormemente a Hitler, que albergaba en el pecho un gran sentido del deber.

image

La Lanza de Longino o la Lanza del Destino, perteneció al soldado romano Longino , con ella hirió el costado de Cristo en la cruz. Los guerreros teutónicos la convirtieron en su talismán, la leyenda cuenta que quien posea la Lanza, poseerá el mundo.

Todo el cinismo que había sentido hacia sí mismo, todo el escepticismo hacia la autenticidad de su primera experiencia con la antigua Lanza en el Hofburg se desvanecieron mientras leía de nuevo las palabras de Hegel con el aliento contenido, palabras que parecían confirmar el papel desempeñado por los hombres que habían llevado la Lanza del Destino a lo largo de la historia. Su sentido del deber se vio agudizado hasta el punto que le causaba dolor. ¡La Lanza de la Casa del Tesoro contenía la clave del poder! ¡La clave que le conduciría a su propio y grandioso destino!

De algún modo él también tenía que desentrañar sus secretos e invocar sus poderes para poner en práctica las ambiciones que tenía para el pueblo alemán. ¿Acaso no era posible que él mismo fuera la reencarnación del inmortal Siegfried destinado a despertar a los hombres de sangre alemana del gran letargo que siguió a la Gotterdämmerung? ¿El Héroe del Sol destinado a alzar la mirada de todos los alemanes hacia la grandiosidad de su herencia espiritual?

A última hora de la tarde Hitler entró en la Schatzkammer, temeroso para mirar por segunda vez la «Heilige Lance». En los años siguientes realizaría innumerables peregrinajes de este tipo al mismo lugar para observar con atención la antigua arma y arrancarle sus secretos.

Una vez más su experiencia resultó estremecedora. Sintió que algo extraño y poderoso emanaba de la Lanza de hierro, algo que no podía descifrar aún. Se la quedó mirando durante largo rato, perplejo ante su inescrutable misterio: «Estudiaba con minuciosidad cada uno de sus rasgos físicos, e intentaba al mismo tiempo mantener mi espíritu abierto para captar su mensaje.

»Lentamente me di cuenta de que una poderosa presencia la rodea ba; la misma presencia sobrecogedora que había sentido en mi interior en las raras ocasiones en las que había presentido que me aguardaba un grandioso destino».

Y entonces empezó a comprender el significado de la Lanza y el origen de su leyenda, ya que su intuición le dictó que era un vehículo hacia la revelación, «un puente entre el mundo de los sentidos y el mundo del espíritu (Geistliche Welt)».

Adolf Hitler aseguró más tarde que fue en aquella ocasión, mientras contemplaba la Lanza, cuando «una ventana hacia el futuro se abrió ante mí, a través de la cual vi como a través de un flash un acontecimiento futuro por el cual supe sin posible contradicción que la sangre de mis venas se convertiría un día en el recipiente del Volksgeist de mi pueblo».

Aquella noche, Adolf Hitler abandonó la Casa del Tesoro del Hofburg con la firme convicción de que un día él mismo se adelantaría para reclamar la Lanza del Destino como su propia posesión, y de que desempeñaría con ella un papel decisivo en la historia del mundo.

El hombre que más tarde se convertiría en el Führer del Tercer Reich nunca contó lo que había visto en aquel breve instante cuando la Schatzkammer se desvaneció y él se sintió transportado al futuro a través de un flash de iluminación.

Tal vez se vio a sí mismo triunfante ante el Hofburg, proclamando a las hileras de nazis austriacos reunidos en el Heldenplatz y a las masas de ciudadanos infelices y enfurecidos congregadas en el Ring: «La providencia me ha encargado la misión de reunir a los pueblos alemanes..., la misión de devolver mi patria al Reich alemán. Yo he creído en esta misión. He vivido para ella, y creo que ahora la he cumplido».[10]

«Los acontecimientos futuros proyectan antes su sombra», afirma Goethe, el famoso poeta y trascendentalista alemán. Así que la previsión de Hitler de aquella noche, veinticuatro años antes de subir al poder era quizá de una naturaleza aún más siniestra.

Cualquiera que fuera la imagen que se le apareció, puede asegurarse casi con toda certeza que transformó por completo su actitud frente a la vida. «Había llegado a aquella ciudad siendo apenas un muchacho, y la dejé como hombre adulto. Había crecido, y me había convertido en un hombre sosegado y serio», escribió Hitler en Mein Kampf. A partir de aquel momento ya no sintió el deseo de cobijarse al calor de la amistad. Aquella misma noche lo arregló todo para marcharse del alojamiento que compartía con Kubizek. Ahora era un hombre solo, un hombre que tenía un destino poderoso y terrible que cumplir.

«¿Qué puede haber llevado a Adolf Hitler a dejarme sin una palabra o una nota?» Esto fue lo que exclamó Kubizek al regresar de sus vacaciones y hallar vacío el alojamiento de la Stumpergasse.[11]


1 August Kubizek, Young Hitler: The Story of our Friendship.

2 Adolf Hitler, Mein Kampf.

3 Ibid.

4 «Un hombre sin sentido histórico —declaraba Hitler— es un hombre sin ojos ni oídos». Él mismo afirmaba haber tenido un apasionado interés por la historia desde los días de la escuela y mostraba una considerable familiaridad con el curso de la historia europea. Su conversación estaba salpicada de referencias históricas y paralelos históricos. Es más, todo el razonamiento de Hitler era histórico, y su sentido de la misión se nutría en su sentido de la historia.

5 Heinrich Himmler, jefe de las SS, a través de la Oficina de Ocultismo Nazi, ordenó a los mejores investigadores alemanes que sortearan ese abismo en la historia de la Lanza. No tuvieron éxito. El doctor Walter Stein, por medio de un solo método de investigación histórica llamado «expansión de la mente», descubrió que Heinrich I envió la Lanza al rey inglés Athelsan donde estuvo presente en la Batalla de Malmesbury en la que los Danes fueron desafiados. La Lanza fue regalada a Otto el Grande, con ocasión de su matrimonio con la hermana de Athelsan, Eadgita. Para conseguir que la Lanza formara parte de la dote, Otto el Grande permitió que las ciudades de Europa se convirtieran en ciudades mercantiles, por lo que fue conocido como «el Fundador de las Ciudades». Gracias a él, la nueva Economía de Europa salió de las Eras de Oscuridad.

6 El sangriento espectáculo de la martirización de la legión de Tebas no fue tan espantoso como lo que ocurrió cien años después en Toulouse, donde la monstruosa inquisición católica romana de los cátaros y de los maniqueos albigenses quemaron y decapitaron en un solo día a 60.000 hombres, mujeres y niños que había optado por la resistencia pasiva. Sólo las cámaras de gas de Auschwitz y Mauthausen constituyeron una aberración aún mayor que esta cruel masacre.

7 En esta época, Hitler consideraba a Karl Martel como uno de sus grandes héroes. Más tarde maldijo a este dirigente franco: «La cultura tan sólo ha sido un factor potente durante el Imperio Romano y en España, durante el dominio árabe. En este período, el nivel cultural alcanzado fue admirable. Acudieron a España los mejores científicos, pensadores, astrónomos y matemáticos del mundo, y mano a mano florecieron un espíritu de tolerancia humana y un sentido purista de la caballerosidad. Después, con la llegada del cristianismo, llegaron también los bárbaros. Si Kart Martel no hubiera vencido en Poitiers (ya se observa que el mundo había caído en manos de los judíos, de modo que vaya cosa era el cristianismo), entonces adora el heroísmo y abre las puertas del séptimo cielo tan sólo al valiente guardián. Entonces las razas germanas habrían conquistado el mundo. El cristianismo es lo único que ha impedido que esto ocurra». Discurso de Hitler, 28 de agosto de 1942.

8 Adolf Hitler bautizó a su aguilera en los rápidos del Ober Salzburg «Barbarroja». También fue el nombre que dio al ataque realizado a Rusia: «La Operación Barbarroja».

9 Adolf Hitler ordenó a sus tropas llevar a cabo una acción de retaguardia mientras los ingenieros se llevaban la piedra conmemorativa en honor de Federico de Hohenstauffen del campo de batalla en Italia. La piedra conmemorativa fue devuelta a Alemania.

10 Discurso de Hitler en el Anschluss (14 de marzo de 1938), después de que la «Operación Otto» asegurara la anexión a Austria al Tercer Reich.

11 August Kubizek, Young Hitler: The Story of our Friendship.

Por muy sabio que sea un hombre, estoy seguro de que estará contento de saber cuáles son los pensamientos que hilan el tejido de esta narración, y cuáles son los impulsos morales que imparte.

El que busca acrecentar su sabiduría a través de este cuento no debe sorprenderse ante los elementos opuestos que en él aparecen. Aquí debe aprender a huir, allá a perseguir, debe aprender cómo evitar, cuándo culpar y cuándo alabar. Sólo en el que es experto en todas estas posibilidades se confirmará la sabiduría.

Si no se queda sentado demasiado tiempo, si no se equivoca en sus pasos, sino que comprende, entonces sólo él alcanzará su meta. El que entra en toda clase de falsedad en su disposición se condenará al fuego de los infiernos; destruye toda su buena fama como el granizo destruye la fruta. Su fidelidad tiene una cola tan corta como la de la vaca, que, cuando la pica el tábano, tiene muchas dificultades en apartar la tercera picadura dada la escasa longitud de su cola.

Wolfram von Eschenbach,
Parsifal.

Muchos de los inquilinos de la pensión de mala muerte de Viena en la que vivía Adolf Hitler han descrito su aspecto piojoso y desmelenado en aquel tiempo. Todos le describen como un hombre perezoso, huraño y tan reacio a todo tipo de trabajo que prefería empeñar sus libros y las pocas pertenencias personales que poseía a salir a trabajar y ganarse unos pocos hellers.

Algunos de sus antiguos compañeros de pensión le describen como un hombre de mal genio confinado en su cuchitril, envuelto tan sólo en una manta después de que sus ropas le hubieran sido arrebatadas para llevarlas a fumigar.

Huelga decir que ninguno de los vagabundos y desgraciados en toda clase de falsedad en su disposición se condenará al fuego de los infiernos; destruye toda su buena fama como el granizo destruye la fruta. Su fidelidad tiene una cola tan corta como la de la vaca, que, cuando la pica el tábano, tiene muchas dificultades en apartar la tercera picadura dada la es que compartían su miserable entorno tenía la menor idea del calibre del hombre que veinte años más tarde se convertiría en el líder del pueblo alemán, ni tenían tampoco la más ligera idea de la verdadera naturaleza de sus estudios, sus ambiciones de grandeza, o sus incursiones a través de las drogas en las alturas de la consciencia trascendental. Aun así, la mayoría de las biografías reconocidas de Hitler se han apoyado sin excepción en los informes y las opiniones de esos vagabundos y desgraciados para ilustrar los años de formación de una personalidad que más tarde hizo de todo menos conquistar el mundo.

¿Cómo puede alguien esperar que la chusma de una pensión de mala muerte de la ciudad entienda el alcance de una personalidad tan grandiosa como la de Adolf Hitler? «Un hombre desmedido.» Constantino de Neurath, uno de los antiguos compinches de Hitler, lo llamó así tras ser puesto en libertad después de cumplir una condena por criminal de guerra en la prisión de Spandau. y Von Neurath, que en una ocasión fue el líder de las Juventudes Hitlerianas y Gauleiter de Viena, quería decir que Adolf Hitler había transformado la dimensión de la medida en una imaginación ilimitada que constituía la fuente misma de su genio malvado.

Walter Stein, que comprendería los procesos mentales de Adolf Hitler a todos los niveles, y que se convertiría algún día en el consejero confidencial de sir Winston Churchill en lo concerniente al Führer nazi y a sus más estrechos colaboradores, encontró bastantes dificultades en seguir la pista del artista empobrecido. Durante un par de semanas paseó por los lugares de interés turístico más importantes de la ciudad, lugares que los oriundos de Viena raras veces visitaban: la iglesia de San Esteban, el palacio de verano de los Habsburgo, la Ópera, la escuela española de equitación, la Ringstrasse y, por supuesto, el café Demelenel Kohlmarkt, donde lo había visto por primera vez.

Como último recurso volvió a la librería en el casco antiguo de la ciudad en la que había comprado el ejemplar de Hitler de Parsifal. Era un disparo al azar, pero mereció la pena. El propietario, Ernst Pretzsche, mostró un interés inmediato al oírle mencionar el nombre de Hitler, y le invitó a pasar a la pequeña oficina situada en la trastienda.

Pretzsche era un hombre de aspecto malévolo, calvo, encorvado y con cara de sapo. A Walter Stein le desagradó desde el primer momento. Al parecer, Hitler visitaba la tienda con regularidad, pero Pretzsche no le veía desde hacía tres semanas.

«Sabe que siempre puede venir a comer algo y a charlar —dijo Pretzsche—. Es demasiado orgulloso para aceptar regalos o dinero. Le permití empeñar sus libros y sus pertenencias para reunir el dinero suficiente con que cubrir sus necesidades básicas. Sus libros no valen nada, pero me proporcionan un pretexto para darle unos cuantos hellers

Extendió el brazo para coger una pequeña pila de libros colocados en un rincón de su oficina y dijo: «Mire éstos. Emborrona así todos sus libros. Apenas hay una página que no esté llena de anotaciones. Por lo general no los vendo. Mi ayudante cometió un error al venderle ese libro».

Stein reconoció las obras de Fichte, Schelling, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche. También había un ejemplar de la obra Cimientos del siglo XIX, de Houston Stewart Chamberlain. Asimismo vio varios libros de religiones orientales y yoga. El Nibelungenlied, el Fausto de Goethe, y La educación de la raza humana, de Lessing.

Unas cuantas pinturas de Hitler se veían colgadas de las paredes y pegadas a las portadas de sus libros, y algunas acuarelas del tamaño de una postal estaban exhibidas sobre la repisa de la chimenea. Eran una prueba más que concluyente de la ayuda económica que el mecenas le había estado prestando a Hitler.

logobelica

El doctor Walter Johannes Stein, matemático, economista y ocultista, afirmaba haber conocido al Führer justo antes de la guerra del 14. Stein, que comprendía los procesos mentales de Adolf Hitler, devino en consejero confidencial de sir Winston Churchill en asuntos relativos al Führer.

También se veían otros objetos significativos que no escaparon a la perspicaz mirada de Stein. Cosas como reproducciones de alquimistas en plena tarea y cartas y símbolos astrológicos colgaban junto a pósters pornográficos, el tipo de ilustraciones viles que se encontraban en aquel tiempo junto con la literatura antisemita.

Una fotografía colocada sobre el escritorio del despacho mostraba a Pretzsche junto a un hombre al que Stein identificó como el infame Guido von List, el fundador y máximo representante de la Logia Oculta, cuyas actividades habían trastornado profundamente a la ciudad de Viena cuando fueron desveladas por la prensa. Hasta el momento de ser desenmascarado, Guido von List había gozado de una enorme aceptación como escritor político, y sus obras habían sido elogiadas en todas partes por sus temas de misticismo pangermánico. Cuando salió a la luz que era líder de una fraternidad de sangre que había sustituido la cruz por la esvástica en rituales que incluían actos de perversión sexual y la práctica de la magia negra medieval, List había huido de Viena por miedo a ser linchado por un pueblo enardecido que albergaba profundos sentimientos católico romanos.

Walter Stein no se sorprendió en lo más mínimo al averiguar asociaciones de este tipo con el comentario satánico del Grial. Pretzsche era una criatura detestable. Era difícil comprender cómo podía considerarse un ejemplar notable de la virilidad alemana. Sentado en su guarida, Stein se sintió como una mosca atrapada en una tela de araña. Los acuosos ojos azules que le miraban desde aquel rostro cetrino y desprovisto de sangre parecían despedir el mal, sobre todo ahora que creía que su visitante era un seguidor más de la causa de la raza aria.

Eludiendo todas las preguntas acerca de su trasfondo personal y sus inclinaciones políticas, Stein sólo reveló que era un estudiante de la Universidad de Viena y que su asombro fue enorme al descubrir un comentario tan penetrante del trasfondo histórico del Grial en el ejemplar de Hitler del poema medieval de Wolfram von Eschenbach.

«En algunos medios se me considera una gran autoridad en temas de ocultismo—le dijo Pretzsche—. Adolf Hitler no es la única persona a la que presto ayuda y doy consejo en esta materia. Puede venir a consultarme cuando quiera.»

logobelica

Guido von List, escritor político pangermanista, fundador y máximo representante de la Logia Oculta.

La última cosa que deseaba era mantener el contacto con esta criatura con aspecto de sapo que obviamente andaba mezclado con grupos que practicaban la magia negra. Ya había averiguado todo lo que necesitaba saber, ya que Pretzsche le había dado la dirección de Adolf Hitler. Ahora podría encontrarlo sin ayuda de nadie. Con el pretexto de que tenía prisa, se apresuró a salir de la tienda.

Parecía que no había más alternativa que visitar a Adolf Hitler en su alojamiento de la Meldemannstrasse, que era la calle en la que, según las informaciones de Pretzsche, vivía Hitler. Herr Kanya, el administrador de la pensión, le dijo que Adolf Hitler se había marchado a Spittal-an-der-Drau, donde una de sus tías había muerto recientemente y le había dejado una pequeña herencia. No sabía si seguiría viviendo en la pensión una vez regresara a la ciudad.

La herencia produjo un cambio radical en la apariencia externa de Adolf Hitler, y Walter Stein apenas lo reconoció al verlo pintando delante del Hofburg diez días más tarde. El flequillo castaño y lacio y el bigotillo seguían allí, pero se había afeitado la barba y el barbero le había hecho un corte de pelo, corto en la nuca y en ambos lados de la cabeza.

Llevaba un traje oscuro y una camisa blanca y muy limpia, y ahora sus pies estaban bien protegidos por un par de relucientes botas nuevas. Resultaba difícil creer que se trataba del mismo sujeto medio muerto de hambre y vestido con harapos que había visto por el escaparate del Demel hacía más o menos un mes.

Antes de pasar a describir la conversación entre Walter Stein y Hitler y su posterior asociación, cabe señalar aquí y ahora que no existe prueba escrita alguna que dé fe de dicha conversación. Lo que significa que no disponemos de ningún texto escrito del diálogo exacto que mantuvieron ambos hombres, sino tan sólo de una secuencia de acontecimientos que tuvieron lugar durante sus encuentros esporádicos, el contenido general de sus conversaciones y la naturaleza de su relación. Cuando el doctor Stein me habló con todo detalle de estas conversaciones, yo mismo no tenía la más ligera idea de que un día emprendería la tarea de escribir La Lanza. En este punto había estado muy ocupado intentando convencer al doctor Stein de que la escribiera él, lo cual seguramente habría hecho sino hubiera sido por su temprana muerte. Por ello no tomé notas literales ni grabé cintas de las palabras del doctor Stein, sino que me limité a apuntar comentarios generales en mi propio diario.

Al parecer, a Adolf Hitler no le gustó la intromisión de Walter Stein cuando se detuvo detrás de él e hizo algún cumplido banal sobre la enorme acuarela que estaba pintando y que representaba el Ring. Cuando Stein sacó el ejemplar de Parsifal, Hitler se enfureció y maldijo enojado a Pretzsche por vender uno de los libros que había empeñado en su tienda. Tal vez su conversación habría terminado de un modo brusco si Stein no se hubiera puesto a hablarle abiertamente de sus investigaciones sobre la Lanza del Destino y de lo mucho que valoraba la interpretación de Hitler del trasfondo histórico del Grial en el siglo IX. Hitler pareció calmarse un poco.

Pero fue la afirmación de Stein hábilmente introducida en la conversación, sobre el hecho de que el centurión Longino era medio teutón lo que atrajo la atención de Hitler. En un abrir y cerrar de ojos ya se habían enzarzado en una animada discusión sobre el talismán del poder que habría de convertirse en el centro de la vida de Hitler y la fuente misma de sus ambiciones dirigidas a la conquista del mundo.

Adolf Hitler se entusiasmó y empezó a considerar al estudiante de ojos azules y aspecto ario como un miembro más de la conspiración por la causa pangermánica cuando le oyó explicar que una de las primeras crónicas germánicas de Colonia indicaba que Longino era de ascendencia germánica. Esta crónica menciona una carta que Gayo Casio envió desde Jerusalén a su pueblo natal de Zobingen, cerca de Elwangen, carta en la que el oficial romano describía el papel crucial que había desempeñado en la crucifixión del Mesías judío. También describía que el hombre más importante del pueblo le había contestado con una carta en la que le ponía al corriente de los acontecimientos locales más importantes que habían tenido lugar en su ausencia.

Al cabo de una hora de conversación, en el curso de la cual Adolf Hitler hizo gala de vastos conocimientos acerca de la leyenda asociada a la Lanza del Destino, y el modo en que dicha leyenda se había ido cumpliendo a lo largo de los siglos, ambos hombres atravesaron juntos el Ring para entrar en la Weltliche Schatzkammer y contemplar la antigua arma.

Mientras se dirigían al Hofburg, Walter Stein comentó el asombro que sintió al descubrir que la Lanza se había convertido en el centro de los acontecimientos de la Edad Media, durante la era más importante y decisiva para el destino futuro del mundo. Sobre todo, dijo a Adolf Hitler, le habían fascinado los increíbles prodigios que siempre parecían tener lugar inmediata mente antes de la muerte del hombre que la poseía, es decir, cuando la Lanza estaba a punto de cambiar de manos. Habló de los ominosos prodigios que tuvieron lugar justo antes de la muerte de Carlomagno, que habían sido anotados con cierto detalle por Einhard, un cronista contemporáneo de la Corte de los francos.

Narró como después de la última de las cuarenta y siete campañas victoriosas de Carlomagno, cuando volvía de Sajonia, un cometa cruzó el cielo y el caballo del emperador se encabritó de pronto y lo tiró al suelo. El gran emperador cayó con tal violencia que se le desprendió el cinturón y la Lanza salió despedida para quedar a seis metros de distancia. Al mismo tiempo se sintieron temblores de tierra en el palacio real de Aquisgrán, y la palabra «Princeps» se había desvanecido de la inscripción color rojo y ocre que estaba colocada en lo alto de la viga central de la catedral y que antes había rezado: «Karolus Princeps». Carlomagno no se había percatado de estos fenómenos, que sus cortesanos habían tomado por una premonición de su inminente muerte, Según Einhard: «Se negó a admitir que cualquiera de estos fenómenos pudiera tener alguna conexión con sus asuntos personales». Sin embargo, el emperador, que contaba entonces setenta años, mandó escribir su última voluntad y redactar su testamento en caso de que aquella premonición fuera cierta. ¡Y lo fue!

Al parecer, Adolf Hitler había leído las crónicas sobre la vida de Carlomagno, pero no le interesaban mucho los carolingios. Según dijo, prefería las ilustres vidas de los grandes emperadores alemanes, tales como Otto el Grande o Federico Barbarroja. Le contó a Walter Stein la historia de los cuervos de Barbarroja, que le acompañaron en todo momento y nunca le abandonaron ni aun en el fragor de sus numerosas batallas, durante las cuales sobrevolaban la Lanza que sostenía el emperador. También le contó que los cortesanos no se habían sorprendido cuando su emperador se cayó del caballo y murió mientras cruzaba un río en Sicilia, porque los cuervos habían abandonado a su emperador tres días antes para perderse de vista en el horizonte azul del mar.

Por supuesto, Walter Stein no tenía el menor presentimiento en aquella mañana soleada de septiembre de 1912 de que las mayores «coincidencias» en el cambio de posesión de la Lanza del Destino todavía habrían de producirse, o de que treinta y tres años más tarde él mismo sería el responsable indirecto de que la Lanza fuera retirada de una bóveda secreta situada debajo de la fortaleza de Nuremberg en el mismo instante en que Adolf Hitler estaba a punto de quitarse la vida en el bunker de la OHL, en el Berlín derrotado.

Walter Stein había visto la Lanza muchas veces antes de aquel día. Siempre le había parecido terrorífico considerar las asociaciones de esta antigua Lanza de hierro a algunos de los nombres más importante s de la historia de Europa. Sin embargo, aquella mañana la Lanza evocó en su corazón por primera vez una profunda compasión por la vida de sacrificio que llevó Jesucristo, cuya sangre había sido derramada por su punta afilada. Durante varios minutos permaneció allí en profunda meditación, y olvidó por completo que se hallaba en compañía de Adolf Hitler y de la leyenda de la Lanza o de la serie de personajes históricos que la habían cumplido.

La experiencia sensorial inmediata de la Lanza que en una ocasión se había clavado en el costado de Jesucristo entre la cuarta y la quinta costilla consistió en sentirse dolorosamente cerca del acontecimiento que había tenido lugar 1.900 años antes en una colina de las afueras de Jerusalén, cuando el Hijo de Dios fue crucificado para la salvación de la humanidad.

Durante unos instantes se sintió abrumado por las poderosas emociones que llenaban su pecho y que fluían como un río de calidez curativa por su cerebro, evocando respuestas de respeto, humildad y amor. El mensaje más importante parecía estar inspirado por la visión de esta Lanza, en cuya cavidad central estaba incrustado uno de los clavos que habían sujetado el cuerpo de Cristo en la cruz. En un mensaje de compasión que quedaba maravillosamente expresado por los caballeros del Grial: « Durch Mitleid wissen». Una llamada del Ser Inmortal que resonaba en la oscuridad de la confusión y la duda del alma humana: conocer a través de la compasión.

logobelica

Hitler prefería el estudio de las ilustres vidas de los grandes emperadores alemanes, tales como Otto el Grande.

Por primera vez en su vida comprendió el significado de la compasión, el gozo y la liberación espiritual. Se sentía renovado, como un ser humano completo, y sabía por intuición que la vida en sí misma era un regalo de gracia de las fuerzas divinas. En su corazón nació una profunda ansia por comprender las metas de la evolución humana y por descubrir el significado de su propio destino. Fue una experiencia impresionante.

Walter Stein se dio cuenta de que no era el único que se había conmovido ante la visión de la Lanza. Adolf Hitler estaba junto a él como si estuviera sumido en un profundo trance, un hombre sobre el que había caído un hechizo mágico. Su rostro brillaba y sus ojos relucían de un modo muy extraño. Se balanceaba sobre sus pies como si lo hubiera atrapado una euforia inexplicable. Todo el espacio que lo rodeaba parecía iluminado por una sutil irradiación, una especie de luz ectoplásmica. Toda su fisonomía parecía haberse transformado como si en su cuerpo habitara ahora un espíritu poderoso que creaba en su interior y a su alrededor una suerte de transformación malvada de su propia naturaleza y de su poder.

El joven estudiante recordó la leyenda de los dos espíritus opuestos del Mal y del Bien asociados a esta Lanza del Destino del Mundo. ¿Acaso era él un testigo de la incorporación del espíritu del Anticristo en el alma de este hombre?, se preguntó. ¿Se había convertido este vagabundo de la pensionucha en el recipiente de ese espíritu que la Biblia llamaba «Lucifer», el espíritu al que los poemas del Grial describían como el guía de los elementos del mal que se habían apoderado de las almas de los seres humanos?

Era difícil dar crédito a lo que veían sus ojos, pero los acontecimientos probarían que Walter Stein tenía razón. Porque fue la visión de este mismo espíritu en el interior del alma de Adolf Hitler lo que inspiró a Houston Stewart Chamberlain, el yerno de Wagner y profeta del mundo pangermánico, a proclamarle como el «Mesías» alemán.

No sólo los fanáticos seguidores de la Weltanschauung o las personas afectadas por el carisma y el dinamismo de Adolf Hitler darían fe de este destacable fenómeno de posesión «luciférica». Tomemos, por ejemplo, el testimonio de una persona razonable y extrovertida como Denis de Rougemont:

Algunas personas creen, por haber experimentado en su presencia un sentimiento de horror y una impresión de poder sobrenatural, que él es la sede de «Tronos, Dominios y Poderes», lo que según san Pablo significaba aquellos espíritus jerárquicos que pueden descender y meterse en el interior de cualquier mortal, invadirle... ¿De dónde proceden los poderes sobrehumanos que demuestra en estas ocasiones? Es evidente que una fuerza de esta índole no pertenece al individuo y que ni siquiera podría manifestarse a menos que dicho individuo carezca de importancia excepto como vehículo de una fuerza para la que nuestra psicología no tiene explicación...Lo que estoy diciendo sería la manifestación más barata de las tonterías románticas si no fuera porque lo que ha sido establecido por este hombre, mejor dicho, a través de él, es una realidad que constituye uno de los milagros del siglo.

Naturalmente, Walter Stein no podía prever aquel día en la Casa del Tesoro de Viena, en septiembre de 1912, que Adolf Hitler canalizaría aquellos poderes demoníacos o volcaría su propio destino al Antiespíritu de la Lanza. «La primera vez que estuvimos juntos ante la Lanza de Longino —me contó el doctor Stein treinta y cinco años más tarde—, me pareció que Hitler estaba sumido en un trance tan profundo que sufría una desprovisión total de sentidos y un eclipse total de la consciencia.»