1 A. Scola, Hombre-Mujer. El misterio nupcial. Encuentro, Madrid 2002.

2 En italiano «dono» corresponde al español «don» [ndt].

Mauro Giuseppe Lepori

Jesús también estaba invitado

Prólogo de Eugenia Scabini

Título original: Fu invitato anche Jesù. Conversazioni sulla vocazione famigliare

© El autor y Ediciones Encuentro, S.A., Madrid, 2017

Edición original publicada por Edizioni Cantagalli S.r.l., Siena, 2006

Traducción: Belén de la Vega

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Colección 100XUNO, nº 18

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-9055-834-8

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PRÓLOGO

«…entonces pensé que quizá toda mi vida trascurriría buscando lo que me había sucedido. Y su recuerdo me llena de silencio»

LAURENTIUS EREMITA

Se recogen en este libro las charlas que el padre Mauro Lepori dio con ocasión de algunos retiros espirituales dirigidos a familias.

Al leer estas páginas densas y al mismo tiempo esenciales, pues apuntan de forma inexorable al fondo de las cosas, he visto reafirmarse una antigua convicción mía de que las personas que viven una vocación contemplativa son capaces de leer con una agudeza completamente especial la experiencia de otros, la convicción de que pueden traspasar, por así decir, el velo que a menudo vuelve opaca nuestra vida afanosa y nos devuelven más limpios y transparentes el corazón y la mirada.

El padre Lepori parte continuamente de la vocación conyugal y vuelve a ella una y otra vez, una vocación que es punto neurálgico de la familia y que hoy, más allá de la retórica sentimental y pseudo-romántica, está más privada de sus fundamentos que nunca.

Irène Théry, socióloga francesa, ha observado agudamente que para el hombre posmoderno la única relación «indisoluble» es la que liga a padres y a hijos, al ser la relación de pareja tan frágil y estar con frecuencia en crisis. Hoy en día, lo que da sentido muchas veces a la pareja es el hijo, es lo que la mantiene unida. Sobre los hijos –sería mejor decir sobre el hijo, visto el alto porcentaje de hijos únicos en general– se vierten, junto a nuevas sensibilidades, expectativas elevadas y no pocas veces carentes de realismo.

Un nuevo y posible riesgo aparece en el horizonte y sustituye a otro que se daba más frecuentemente en la cultura del pasado, a menudo poco atenta a las necesidades del sujeto en crecimiento. Un nuevo y no menos grave riesgo anida en este «reflejo» de los padres en los hijos: el riesgo de que el hijo se convierte en contenedor del deseo de los padres o del padre individual, perdiendo así su propia estatura de sujeto que desea. Los hijos no son nunca, ni biológica ni psíquicamente, mero «producto» de sus padres, aunque estén marcados por sus historias y herencia. Ellos son siempre algo que excede, y deben ser percibidos como una nueva generación que se asoma a la historia familiar y social: nacer es venir al mundo. Los hijos son un bien importante, quizá el bien más importante de nuestra vida, pero no son el sentido de la vida. Los padres, más bien, están llamados a transmitir el sentido de la vida, a dar voz a lo que para ellos tiene valor, aquello por lo que merece la pena vivir. Pero para hacerlo deben descubrir este sentido dentro de su propia vida, dentro de su relación, es decir, viviendo su relación como vocación. No hay que buscar la fecundidad al margen de la relación, nos dice el padre Lepori: es la relación la que es fecunda, y por ello puede generar hijos de sangre o de adopción, en cualquier caso frutos de bien.

Cuidarse recíprocamente uno al otro, cuidar al otro que es similar a uno mismo, pero también diferente (¿y qué hay más radicalmente diferente que ser hombre o mujer?), alimentar y renovar incesantemente la relación: esta es la tarea. El vínculo es presencia tercera que une indisolublemente a dos, a este hombre y esta mujer, y los hace marido y mujer, padre y madre. El vínculo les hace llegar a ser un nuevo sujeto, una unidad dual, pero esta íntima pertenencia no debe eliminar o falsificar el rostro específico y único de cada uno, que debe ser ante todo aceptado y respetado. Y todo buen conocedor de las almas sabe lo ilusorio que es el camino de los que se casan con la esperanza de cambiar al otro.

El matrimonio es una vocación, y al vivirla apasionadamente y hasta el fondo el sujeto humano puede introducirse, podríamos decir que por una vía natural, en el misterio de comunión de nuestro Dios, del Dios de los cristianos que es Trinidad, es decir, vínculo de amor entre personas profundamente unidas y al mismo tiempo distintas, como recitamos en el Credo.

El padre Lepori nos propone con fuerza en estas páginas la verdad del amor, bien consciente de la dificultad de su realización. Muestra que conoce a fondo el drama de la prueba de muchas parejas y familias, marcadas por sufrimientos (que pueden unir pero que también dividen), por cansancios, incomprensiones, infidelidades y desilusiones de las que no somos exonerados mágicamente por ser cristianos. Tiene bien presente todo esto, no lo infravalora, sino que lo lee con atención y lo devuelve a su raíz. Una tensión originaria acompaña «la unidad de los dos»: el pecado original, la enemistad entre Adán y Eva, se vuelve a manifestar en nuestras pequeñas y grandes fragilidades. Mantener unida la diferencia radical que distingue lo humano, que se manifiesta solo como hombre o mujer, ha supuesto siempre una gran dificultad. Pero en estos tiempos en que ha caído la protección normativa que vinculaba «para siempre», la promesa de amor y fidelidad en la prosperidad y en la adversidad parece más que nunca sujeta a disolverse, presa de la volubilidad de los sentimientos que no son capaces de traducirse en afecto y compromiso. Por ello resulta imprescindible un trabajo personal y acompañado, como el que se propone en estas páginas, que ayude a una conciencia renovada de las bases sólidas sobre las cuales apoyar la vida de las familias. Hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, los cónyuges tienen una esperanza de vida muy larga incluso después de que los hijos se vayan de casa. Puede ser un tiempo de deterioro, pero también una ocasión formidable de camino, un nuevo espacio de aventura, la aventura de una relación única y exclusiva.

Al hombre moderno le resulta difícil ver dentro de una relación que ha sido elegida, nunca tan libremente elegida como hoy, los aspectos de don y de destino. Con respecto a los hijos es más fácil. Pero, ¿con respecto al cónyuge? ¿Y qué decir con respecto a uno mismo? Para apoyar la relación matrimonial y paterna sobre bases seguras es necesario ante todo que cambiemos la visión sobre nosotros mismos, que volvamos a situarnos en nuestra posición originaria. No somos un inicio absoluto, no nos hemos hecho a nosotros mismos. Cada uno de nosotros, de nosotros como padres, ha recibido a su vez la vida como don: hemos sido generados. Esta evidencia elemental se olvida con demasiada frecuencia. La identidad de cada uno, como nos ha recordado de forma espléndida el papa Juan Pablo II en la Carta a las familias, está unida a una genealogía familiar, a una historia familiar –con sus riquezas y cargas pesadas– que a su vez está dentro de la historia del pueblo de Dios. El don de uno mismo, corazón de la relación matrimonial y paterna, es, desde este punto de vista, más que un acto de generosidad, una libre respuesta a un don que nos ha precedido. El misterio nupcial, como se titula un precioso texto del cardenal Angelo Scola [1], es decir que sí a un encuentro, es una correspondencia siempre y en última instancia misteriosa. ¿Por qué precisamente él o ella? Esta pregunta no se da solo al comienzo, sino que nos acompaña a lo largo de toda la vida y se vuelve grito en los momentos oscuros, pero puede estar llena de paz si se fija la mirada en la compañía del Señor, muerto y resucitado por nosotros, y en el misterio de paternidad y misericordia que nos precede, que nos ha pensado «desde el principio» y que nos genera en cada instante.

Por eso, el per-don es dimensión crucial de la vida personal y familiar. Permite romper la cadena, de otro modo inevitable, de las grandes venganzas recíprocas por reivindicaciones cotidianas, pero sobre todo permite restaurar el yo y «poner a salvo» la relación. Esto no es fruto de una decisión heroica y llena de sacrificio (debo perdonar y soy magnánimo porque soy capaz de perdonar) ni de sublimaciones impropias. Antes bien, es fruto de una mirada que, abandonándose (de nuevo el don…) al Misterio bueno, consigue mirar a la cara «el drama de la vida sin reducir la pregunta que surge de ese drama» y, con la indómita vitalidad y sencillez del hijo que se siente abrazado por el Padre, vuelve a proponer la esperanza de la que es signo dentro de la familia humana.

EUGENIA SCABINI

A todas las familias amigas que, desde la acogida y la fidelidad, edifican la esperanza

INTRODUCCIÓN

Las meditaciones reunidas en este libro han nacido del deseo de jóvenes parejas de novios y esposos de distinta procedencia eclesial de ser ayudados a comprender y a profundizar en su vocación al matrimonio y a la familia. Son también el fruto de la comunión y de la amistad que se ha creado entre estos laicos, preocupados por vivir su fe en el mundo, y la realidad del monasterio, reconocido como punto de referencia y lugar en el que volver a situar en el centro el sentido de la vida. La amistad ha generado un camino de comunión en el que las dos formas de vida, laical y monástica, se han enriquecido y sostenido en el don recíproco del testimonio, de la oración, del compartir, de la corrección, a través de las alegrías y de las pruebas de la vida.

En este libro solo aparecen las meditaciones que yo he dirigido en los encuentros con estos grupos de familias. Falta, y no es una laguna menor, todo el diálogo que ha sido y es el punto de partida de estas meditaciones, y el eco precioso que de este grupo de personas y de muchas otras que viven la vocación familiar me ha llegado, edificando profundamente mi vida de monje, de sacerdote, de padre y de hermano de los monjes de mi abadía. No ha sido solo un eco expresado en palabras, sino que ha supuesto compartir el camino gozoso y difícil de muchas familias, reclamo poderoso para mí para una mayor generosidad y entrega al decir mi sí al Señor.

El tema de cada meditación me ha sido sugerido cada vez por las familias mismas a partir de la provocación concreta de las circunstancias de su vida.

De este modo la primera meditación responde al deseo de comprender en qué sentido es el matrimonio una vocación al seguimiento de Cristo; la segunda parte del drama de la prueba vivida por una de las familias amigas con la enfermedad y la muerte, con solo nueve meses, del pequeño Mauro; la tercera nace de la experiencia de un embarazo no previsto que supuso para un matrimonio una provocación para renovar su sí incondicional a la vida; la cuarta responde a la necesidad de concederse constantemente el perdón para progresar en la relación de amor conyugal; la quinta nace del deseo de educar a los propios hijos en el respeto al designio de Dios sobre ellos mismos. Cinco etapas, por tanto, de un camino que continúa al igual que continúa la amistad y el deseo de seguir a Jesucristo en la Iglesia, en la complementariedad sinfónica de los estados de vida, hacia la santidad en la caridad, plenitud de nuestra humanidad.

¡Cómo no estar agradecido a estas parejas y familias por su amistad y su reclamo a la conversión al amor!

Este libro está dedicado a ellas así como a las muchas familias que con su amistad han acompañado y acompañan mi camino provocándolo constantemente a estar verdaderamente apasionado por Cristo, Señor de la vida.

P. MAURO GIUSEPPE LEPORI O. Cist.